lunes, diciembre 19, 2005

EL SINO DE NUESTROS DÍAS

Emerson creía que cada época poseía sus ideas propias y que éstas surgían primero de manera individual para luego coincidir con otras hasta generar una visión de mundo compartida y representativa (toda revolución lleva impresa el germen de una idea colectiva). Sin embargo, y a pesar de los pesares, estos pensamientos no distaban mucho de las preocupaciones universales que han acompañado al ser humano desde siempre. En el rincón más apartado y en los días más oscuros hay alguien pensando y reflexionando sobre los mismos problemas existenciales que inquietaron a Platón o a Spinoza. Como si el universo fuera una historia circular condenada a repetirse y, al mismo tiempo, a salvarse por esa condición contradictoria: el instante eterno del presente. La repetición no implica necesariamente igualdad, sino más bien degeneración o, mejor, metamorfosis. Cambios, al fin y al cabo. Retornos, después de todo.
Y sin embargo yo me pregunto por el sino de nuestros días, e imagino al historiador del futuro revisando nuestra época, pero no logro imaginar que calificativo le daría. ¿Postmoderna? No: demasiado intencional y muy vago (incluso anacrónico). Nos gusta pensarnos más allá de la Historia y sólo prolongamos un capítulo más de su libro (ambos, libro e historia, pueden muy bien ser fantasías más allá de su sana voluntad de decir lo que ha pasado, lo que hemos hecho). ¿Qué nos distingue? Tal vez la falsa ilusión de creer que ya agotamos todas las posibilidades (expresivas, artísticas, literarias y un largo etcétera) y que nuestra originalidad consiste en mostrar las cosas de manera distinta. En literatura: invertir el lugar común que hacía de la vida del autor una clave para entender y valorar su obra. Ahora la vida cobra sentido en la literatura, sin la ficción no existe, es anodina. Los creadores no crean nada, sólo se inventan a sí mismos. Pero esto esconde e implica la posibilidad de que los lectores a su vez inventen a los autores, y que el secreto de todo se encuentre en una página perdida que espera nuestra lectura. Mas esto no es nuevo: Borges lo sugirió hace más de sesenta años: ¿cuál es entonces el sino de nuestros días? Temo que tal vez pertenezcamos a una de las eras más anodinas (y tal vez más peligrosas, por el miedo al vacío y la tendencia a lo unidimensional), cuya única distinción sería la posibilidad de que encontremos esa página perdida (tal vez electrónica) y en ella nos leamos a nosotros mismos leyéndola y así infinitamente. Pero, ¡oh!, eso también lo imaginó Borges. (2005)