martes, diciembre 20, 2005


TOKIO BLUES, DE HARUKI MURAKAMI

Lo admito: no pude resistir la tentación y en cuanto apareció esta novela en español, la devoré en una noche. Siempre es grato descubrir a escritores interesantes (diría más: es vital hallarlos, aunque lo primordial es no dejar de buscarlos. Esa es nuestra labor: detectives de la literatura). Una primera tentación: decir con Goethe que la literatura es mundial (todavía me conmueve esa conversación con Ekermann del 31 de enero de 1827), pero no es tan así. Ni tampoco es simplemente la imposición del modelo (la forma) occidental de “novela” en el resto del planeta, como afirma el crítico Franco Moretti (gran cartógrafo del género novelesco). Hay más: está la necesidad de leer estas obras “mundiales” y cuestionarlas directamente (dialogar con ellas sin la mediación geopolítica). Así me aconteció con Tokio blues, novela escrita en 1987 y que hoy sale a la luz en nuestro ámbito. Describo mi lectura y las respuestas que encontré en este primer acercamiento. ¿Por qué me sedujo esta obra? La primera respuesta sería, sin duda, porque la novela de Murakami es un texto subyugante. Una historia cuya belleza desgarra y conmueve: la rememoración de una pérdida y la consiguiente maduración. Dije maduración, pero añado inmediatamente que ésta no es total, al contrario: se resiste a completarse en cuanto resignación. Tal es el esfuerzo del narrador y protagonista, Toru Watanabe, que recrea dos momentos en su escritura: el de la detonación de su narración (cuando, a los 37 años –en 1987-, escucha en el aeropuerto de Hamburgo una versión instrumental de Norwegian Wood de los Beatles), y el momento narrado: su relación con la misteriosa Naoko a finales de los años sesenta. Evidentemente estamos ante una historia condenada de antemano al fracaso: la imposibilidad de hacer permanentes los instantes felices y significativos. La inevitable claudicación de los sueños juveniles. Y sin embargo la novela no es un simple relato de formación, sino la recreación de una obsesión: convertir en escritura un pasado que peligra y amenaza con difuminarse en una imagen borrosa.
Tokio blues es también un maravilloso documento: la biografía sentimental de un Japón trasformado y trastocado después de la evaporación de los hongos nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Modernización imparable sobre una isla tradicionalista, país fragmentado entre los rituales de los mayores y el descreimiento de la juventud. La traducción española de la novela trocó el título original y personalísimo de Norwegian Wood por el generalizado de Tokio Blues, seguramente basándose en criterios mercantilistas, pero el cambio no es tan desafortunado. La novela es también una expresión contradictoria de la ciudad: el territorio donde Watanabe, indiferente estudiante de literatura, se enfrenta con la realidad más inmediata: la vorágine del progreso, la obligación permanente de tomar decisiones. Tokio representa la incursión del Japón en el orbe occidental, el cambio del tiempo cíclico al lineal: el tren bala que divide en dos a la isla.
Doy otra posible respuesta: por lo que significa la aparición de un texto como éste. La novela de Murakami nos revela a un lector agudísimo de la tradición novelística mundial. Un escritor maduro que maneja con maestría el ritmo narrativo y le otorga a su escritura la cadencia de la música contemporánea (que va del jazz a Lennon y McCarney) y la solidez de los grandes paradigmas del género (Proust, Hesse, Fitzgerald). La novedad de Murakami es la antigüedad de su presencia. (2005)