miércoles, diciembre 21, 2005

UNA NOTA SOBRE HEINRICH BÖLL

En su ensayo fulminante, Sobre la historia natural de la destrucción, W. G. Sebald describe la cartografía de una derrota y la experiencia de un fracaso moral: la Alemania o, mejor: las Alemanias de la posguerra. Un territorio azolado, bombardeado y destruido; un borrón en la historia contemporánea. Frustraciones, delaciones y un deseo colectivo de negación. La Alemania occidental se despertó de la guerra sin querer reparar en su propia resaca. Día a día construyó una realidad a modo para sobrevivir. En ese trance, la literatura alemana también se transformó. Las grandes voces de la preguerra (Hermann Hesse y Thomas Mann -Alfred Döblin sería, en cierta forma, la excepción-) habían tomado otros rumbos y poco o casi nada tenían que ver con la actual Alemania escindida entre los dos proyectos más brutales de modernización del siglo XX: el comunismo soviético y la dominación capitalista occidental. Berlín era literalmente un territorio de todos y de nadie. En ese sicótico panorama, la obra de Heinrich Böll es sin duda un fenómeno digno de admiración.
Böll es la razón, la crítica y el ingenio en una literatura que pretendía guardar las distancia entre pasado y presente. Para Böll era claro que tanto el presente como el futuro precisaban una revisión crítica del pasado. La ironía, la mirada doble, los juegos del lenguaje y una actitud desenfadada ante el mundo: he aquí las armas de nuestro autor. Defensor como pocos de la integridad del individuo, de sus derechos ante un Estado ordenador y omnipresente, el autor de Casa sin amo concretó un proyecto narrativo a ratos único. No puedo aquí sino recordar una pequeña obra maestra: Opiniones de un payaso (1963). Un personaje automarginado (del hogar, del amor, de la sociedad) se maquilla el rostro y a través de su máscara se despoja de todos los disfraces moralistas y de los prejuicios sociales (hipocresías vueltas rituales cotidianos). De allí en adelante nos encontramos con un narrador único. El gran payaso monologador, Hans Schnier, “colecciona momentos” y con ellos “deconstruye” la realidad de la Alemania de la posguerra. Todo pasa por su ironía: la hipocresía del catolicismo germano (recordemos que Böll era católico), las convenciones, la política, y el “milagro económico”. Schnier hace el viaje a la inversa de las novelas tradicionales: del hogar opulento (su padre posee una fábrica) y “respetuoso” a la elección de una carrera muy particular: la de payaso; de la posibilidad de una carrera universitaria a la vida callejera y trashumante.
Es esta degradación la que provoca mayor repercusión en sus opiniones. Schnier se está hundiendo, es verdad, pero en cada caída su lucidez aumenta. Al final él es el único ciudadano consciente de la farsa descomunal que los rodea. Abandonado por su pareja (ella lo dejó por un “modelo de catolicismo”), nuestro payaso advierte que incluso en las relaciones amorosas las personas no dejan de representar un papel prefijado. Al convertirse en payaso, Schnier deja de actuar y se convierte en un individuo con opinión propia: ¡enorme delito! Su castigo: la marginación; pero en su condena está la redención. He aquí la esencia de la literatura de Heinrich Böll. Un proceso de desenmascaramiento llevado a cabo con extraordinario talento narrativo. Hace veinte años murió Böll pero sus personajes parecen gozar de excelente salud. La permanencia entre nosotros de estos seres nos hará recordar que incluso en el sino de la destrucción, la voluntad de un individuo crítico encontrará al final su interlocutor. (2005)