viernes, diciembre 23, 2005

EL CRÍTICO COMOHACEDOR DE ARTIFICIOS: VÍCTOR SHKLOVSKI

Esta historia bien pudiera parecer una ficción literaria, sin embargo, pertenece de buena ley al campo de la crítica, o, si hubiésemos de ser más precisos, a la genealogía de la teoría literaria. Sin embargo, la cuento como una mezcla de ambas (pues a ratos la crítica literaria me parece la máxima manifestación de la ficción literaria: los críticos somos, en el fondo, las personas más optimistas: creemos en la literatura y, peor aún, en sus creadores). En 1915, mientras el mundo occidental se destrozaba en la Primera Guerra Mundial, la “república mundial de las letras” se debatía también en su primera gran revolución del siglo XX: la irrupción de las vanguardias. La iconoclasta negación del pasado y sus formas esteticistas se imponía ahora en la creación. El cubismo, el dadaísmo y el futurismo obligaban al creador a pensar en el lenguaje, el cual dejaba de ser un instrumento transparente para convertirse en problema, en el principal problema del fenómeno literario.
La crítica literaria, acostumbrada al impresionismo deslumbrador de los grandes personajes del cambio de siglo: Wilde, Proust, Schow, etc., también reacciona contra esta especie de “creación secundaria” y le recrimina su subjetividad consumada. Lo maravilloso de este acontecimiento es que no sucedía en la capital de la república mundial de las letras, o Meridiano de Greenwich literario (por parafrasear a Pascale Casanova), esto es, París, sino en la lejana y todavía rural Rusia de zar Nicolás. Tanto en Moscú como en San Petersburgo habían surgido por esos días sendos centros de investigación literaria: el Círculo Lingüístico en la capital y el famoso OPOIAZ, o Sociedad para el Estudio del Lenguaje Poético, en la lejana ciudad nórdica; dichos centros convocaron a un heterodoxo grupo de lectores literarios, que más tarde (demasiado tarde en Occidente) serían conocidos como los Formalistas rusos. Estos críticos en ciernes, admiradores del futurismo y otras vanguardias, iniciaban, sin saberlo, una de las empresas más emblemáticas (quizá por su futuro y estrepitoso fracaso) del siglo XX: la búsqueda de una teoría literaria.
El gran manifiesto involuntario de este movimiento de vanguardia crítica lo dio un joven de 25 años llamado Víctor Shkloski. En realidad se trata de un texto inusual en la historiografía literaria porque no pretendía ni ser una impresión sobre el fenómeno ni mucho menos un tratado filológico o estilístico sobre un autor o una obra en particular. Tampoco se ufanaba de imponer una decente y moral preceptiva literaria. No. El texto en cuestión llevaba una intención mayor: definir el objeto de estudio de la crítica y teoría literarias. Su título era, por lo demás, de suyo trasgresor: “El arte como artificio”.
En sí, este breve ensayo surgía como un rechazo a la preceptiva impresionista (representada en un crítico ruso hegemónico: Aleksandr Potebnia, lector cercano de las teorías filosóficas de Herbart) que tenía como sustento una divisa: “El arte es el pensamiento por imágenes”. Para Shkloski, y aquí está buena parte de su perspectiva crítica, el arte (y dentro de él, la literatura) no se expresa por imágenes, sino por símbolos. La literatura es un sistema de signos, es un objeto verbal que provoca una percepción distinta en sus receptores. Es claro que el gran aporte del texto es la utilización de los avances de la nueva ciencia del siglo XX: la lingüística. Shkloski, así, se desentiende de la vida del creador (del emisor, en la jerga lingüística) y sus intenciones, y se centra en el mensaje (los discursos de la obra) y en los efectos que éste produce en el lector (o receptor). El gran cambio: la perspectiva sincrónica que alejaba sus investigaciones del evolucionismo decimonónico de corte diacrónico. De esta manera, a él no le interesará analizar obras particulares, sino el componente que hace que esas obras sean consideradas como literarias. Para ello, crea, junto con sus compañeros, una definición fundamental: la literariedad. La literariedad deberá ser el objeto de estudios de la nueva ciencia literaria que ellos, los formalistas, intentan difundir e imponer en su medio.
Pero, ¿cómo funciona la literaiedad, cuál es su efecto en el lector? Shklovski introduce otro término fundamental: extrañamiento. El discurso literario produce un extrañamiento en el lector porque le describe el mundo de una manera diferente al lenguaje cotidiano, rompiendo con ello la automatización provocada por el convencionalismo de la lengua. La distinción me parece fundamental, pero lo que nuestro crítico no tomó en cuenta era el resultado de esta hipótesis: colocar la literariedad en la percepción del lector colocaba sus intentos en el campo de la estética y no en los terrenos de la lingüística.
“El arte como artificio” inaugura una nueva etapa en la historiografía literaria, y crea, además, la posibilidad de una metodología formal que hará subir el rango de los estudios literarios a la categoría de ciencia. Sin embargo, este intento cientificista (tan característicos de los discursos de las humanidades durante el siglo XX) pronto encontrará muchas dificultades. Unas de corte político e ideológico: el triunfo de la Revolución de Octubre y su futura estética socialista (Trotsky “atacó” las preocupaciones “formalistas” del grupo en su libro Literatura y revolución, y los acusó indirectamente de no estar comprometidos con los cambios sociales), que los obligó a emigrar o producir una “crítica comprometida”. Otras de corte estructural: en realidad, el formalismo sólo pudo concentrarse en la dimensión lingüística del fenómeno literario, e incluso el extrañamiento resultó ser más una estrategia retórica que una esencia literaria. Al final, su esfuerzo redujo los estudios literarios al enamoramiento de la metodología estructural, dejando de lado otras dimensiones fundamentales de los textos literarios: estéticas, históricas, y un enriquecedor y contradictorio etcétera.
No obstante, el deseo de este joven y rebelde crítico hizo cimbrar la rutinaria disciplina de la reflexión literaria. Le dio alas y la hizo acariciar un status nunca antes soñado. Shkloski fue el primero en darle la seriedad debida a la crítica literaria, el primero también en intentar separarla de su relación visceral con las obras y los autores. Gran parte de la historia secreta de la literatura mundial inicia en las aventuras de este formalista irredento que quiso liberar a la crítica literaria, a través del gran artificio de la inteligencia, de su otrora estado de subordinación. Y era necesario rescatar su nombre del olvido. (2005)