Víctor Barrera Enderle, o el crítico insurgente
Por Sebastián Pineda
Compartiré
mis subrayados y anotaciones al margen de Lectores insurgentes. La formación de la crítica literaria
hispanoamericana (1810-1870), el libro con el que Víctor Barrera Enderle ha
ganado el Premio Honorífico de Ensayo "Ezequiel Martínez Estrada" (Casa de las
Américas, 2013).
En la compleja Hispanoamérica, donde escribimos una
misma lengua pero hablamos una docena, hay que mirar con reserva términos
como insurgencia y revolución. La avenida más
larga de Ciudad de México se llama Insurgentes y el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) es el que gobierna. Pero tales palabras suenan muy distinto
en Colombia (el segundo país más poblado de Hispanoamérica, seguido de Argentina),
donde no ha triunfado ninguna revolución y lo insurgente se
entiende en su sentido más militar (¿terrorista?), es decir, como levantamiento
contra la autoridad que multitud de grupos (llámese guerrilleros, paramilitares
o simple insurgencia) esgrimen contra un Estado astutamente débil.
Criticar a nuestra insurgencia: he ahí una labor pendiente. Víctor Barrera
Enderle, que estudió su doctorado en la Universidad de Chile y que se ha
paseado por Suramérica, no parece ignorarlo.
Lo que él entiende por el adjetivo insurgente también
tiene una dimensión política, sin duda, pero mucho más crítica y
por lo tanto más auténtica. Ni estatal ni anti-estatal. Tampoco marginada. Por lectores
insurgentes Víctor Barrera Enderle se refiere a los
intelectuales-creadores, no al simple lector o difusor cultural.
Habla de aquellos que tienen como rasgo común “ser modernos a través de nuestra
reflexión crítica”. Así, según él, los lectores insurgentes son los
críticos-creadores de principios del siglo XIX, los que antes incluso de la
insurgencia política se rebelaron contra un orden anacrónico a partir de lo que
leían y escribían.
"Como producto de ese deseo,
entiendo los esfuerzos intelectuales de José Joaquín Fernández de Lizardi
(1776-1827), de Andrés Bello (1781-1864), de Esteban Echeverría (1776-1827), de
José Victoriano Lastarria (1819-1888), de Domingo Faustino Sarmiento
(1811-1888) y de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), solo por mencionar los
ejemplos más excelsos, las puntas de ese inmenso iceberg que
es la producción intelectual hispanoamericana del siglo XIX". (p. 35).
¿En qué medida se levantaron esos lectores insurgentes
contra la autoridad? Y ahora bien, ¿contra cuál autoridad? Dos épocas abarca el
libro de Barrera Enderle: 1) el de las independencias políticas, que cubre
desde los últimos años del siglo XVIII hasta la muerte de Bolívar en 1830; y 2)
el que comprende el periodo de la formación y consolidación de los
Estados-nacionales, de 1830 a1870. La primera empieza poco antes de las guerras
civiles de la Independencia.
"El intelectual hispanoamericano saltará a la escena
pública en el momento en que se hagan evidentes las falencias de la monarquía
hispánica y su furioso control sobre la expresión de las ideas heterodoxas […]
el intelectual hispanoamericano nacerá como un disidente porque en el mundo
colonial no hay espacio para el cuestionamiento social. Las instituciones
culturales de mayor importancia (la Iglesia, la Universidad y el Palacio)
cumplen una función estática: garantizar, a través de la burocracia y la
ortodoxia, la continuidad del orden jerarquizado. En segundo lugar, este
“sujeto moderno adelantado” se sabrá subordinado en el ámbito público y
cultural. Y en tercera instancia, a lo largo de la administración colonial las élites
criollas ilustradas desarrollarán una serie de identidades alternativas (sobre
todo en la Nueva España), cuya característica principal será, en casi todas
ellas, su anti-hispanidad". (p. 50).
A cierta conclusión parecido había llegado Gutiérrez
Girardot cuando en su ensayo Temas y problemas de una historia social
de la la literatura hispanoamericana (1989) señaló cómo dos de los
principales intelectuales del continente, Andrés Bello y Domingo Faustino
Sarmiento, contemporáneos de lo que se pregona como "formación
nacional", habían concebido sus obras en oposición esa "formación
nacional", politizada, de sus repúblicas. Por politizada hay que entender
absolutismos velados. Entre 1810
a 1870 dominaba en Hispanoamérica esa clase de
absolutismo. Había, por decirlo así, muchas autoridades –no insurgencias–
y cada una quería hacerse con el poder total. De hecho, parte de ese
absolutismo disfrazado de anarquía podría explicar una de las paradojas más
singulares de la historia del mundo occidental, esto es, la desintegración del
ex imperio español en una veintena de repúblicas sin más vínculos
concretos que una lengua en común. Los países hispanoamericanos
nunca han tenido una moneda ni un pasaporte ni un parlamento: ninguna
integración real como lo es la de Estados Unidos de América o la de la
Unión Europea. Y siempre ha habido cierto infantilismo y un abuso retórico
alarmante cuando los políticos hablan de Latinoamérica y dicen con la mayor
sinvergüenza "Nuestra América". Alfonso Reyes lamentó y aclaró muy
bien en qué consistía el verdadero latinoamericanismo.
"Hay que estar a mil leguas de las mecánicas
preocupaciones políticas… desatenderse de toda esa andamiada jurídica del
panamericanismo, y fundarse sólo en un impulso de colaboración superior que
dicta el sentimiento y que la razón corrobora. Porque son una gran mentira
todos esos centros de propaganda, todos esos congresos parlantes, todas esas
tramas diplomáticas. Porque la fraternidad americana no debe ser más que una
realidad espiritual, entendida e impulsada de pocos, y comunicada de ahí a las
gentes como una descarga de viento: como un alma". (A. Reyes, "Rodó:
una página a mis amigos cubanos", en OC III, FCE, 1996, p. 134).
Algo parecido les comunica –como un viento de alma–
Víctor Barrera Enderle a sus amigos cubanos. Pero también mexicanos o
colombianos. Y lo hace al oponerse al falso nacionalismo que reduce todo
a "la perspectiva hegemónica del Estado-nación", o a "la
lectura republicana sobre la identidad”. (p. 52). En la primera parte de su
libro, Víctor Barrera Enderle critica a Octavio Paz por haber negado toda
tradición reflexiva en el siglo XIX y por pensar que solo con él, con Paz,
empezaba la modernidad al empezar también la reflexión crítica. A Paz le faltó
aplicar lo que él mismo había vislumbrado en El ogro filantrópico, esto es, asumir nuestro pasado para saber
hacer su crítica. ¿Desconoció Paz, de un plumazo, a Lizardi, Sarmiento, Bello y
Altamirano? Al menos no logró darse cuenta de la otra cara de la moneda. De,
como dice Víctor Barrera Enderle en otro de sus libros, "criticar a
nuestra crítica". Esa labor pendiente nuestro amigo la apuntó en su tesis
doctoral de 2002. Esta vez, con su ensayo ganador, la ha cumplido a plenitud.
Enhorabuena.
Envío memorioso
El domingo 13 de agosto de 2006, buscando en Google, di con
la referencia de La mudanza
incesante, la tesis doctoral de Víctor Barrera Enderle sobre la teoría
literaria de Alfonso Reyes. También di con su e-mail. Le escribí de inmediato.
Pensando que mi mensaje lo pillaría en Monterrey, al norte de México y que
acaso me contestaría en el transcurso del mes, me sorprendió muchísimo al leer
su respuesta seis horas después contándome que estaba en Bogotá y que al otro
día, el lunes 14, sería su ponencia en la Biblioteca Luis Ángel Arango. El vago
azar o las precisas leyes... Víctor Barrera Enderle, autor también de La amistad literaria, no ignora en absoluto esa secreta red de lectores insurgentes. En él,
además, se da como con una especie de simpatía o cortesía que hace que quien lo
conozca lo aprecie de inmediato, a juzgar por las impresiones de mi novia de
ese momento, Lili Rivera Orjuela y por la de un par de amigos con quienes nos
bebimos unas cervezas en Bogotá Beer Company. Gracias a ese encuentro azaroso y
preciso del 14 de agosto de 2006, con los escritos de Víctor enfoqué mejor la
versión del que sería mi primer libro, La
musa crítica. Y en octubre del año siguiente volveríamos a
tomarnos otro par de cervezas ya en Monterrey, en el Parque Fundidora, al calor
del Forum Universal de las Culturas 2007. Entonces también conocí otro de sus
libros, La otra invención (2005).
Allí hace un llamado a elaborar una historiografía literaria con fórmulas
caseras, capaz de enfrentarse con las estrategias de poder de nuestros cánones
estéticos e ideológicos. Parte del enfoque de mi "Breve historia de
la narrativa colombiana" se la debo a ese llamado. No puedo sino celebrar
que Víctor Barrera Enderle haya recibido el Premio de Ensayo Casa de las Américas.
Significa un gran impulso para quienes nos dedicamos a esa otra invención: la crítica.
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