miércoles, agosto 02, 2006

EL DESPERTAR DE LA OTRA RAZÓN
(SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ)

Había pensado, siguiendo una contradictoria rutina semi-académica, llamar a este breve trabajo “Literatura y mujer”. Pero el título era en realidad complicado y me obligaba una explicación, o mejor: un cuestionamiento. ¿Por qué la conjunción sonaba aquí como un añadido forzoso y, además, problemático? ¿Acaso alguien habla de hombres y literatura? Hace algún tiempo, en un congreso de literatura hispanoamericana y española celebrado en Rosario, Argentina, hubo una mesa de trabajo titulada “Mujeres que escriben”. Yo participé en otra mesa llamada “Teoría Literaria” (donde por cierto, las mujeres han hecho aportes enormes; pero si alguien hubiese querido revisar el trabajo crítico de Rosario Castellanos, por ejemplo, habría tenido que formar parte invariablemente de la primera mesa). Era aquello un absurdo. En “Mujeres que escriben” participaron dos grandes amigas mías. Una trabajó a Alfonsina Storni y la otra a sor Juana Inés de la Cruz (dos periodos literarios diferentes, dos escrituras totalmente distintas). Ellas estaban atónitas (y con razón): cómo era posible que, en un congreso convocado para describir el estado actual de la literatura escrita en español, los organizadores se basaran en criterios tan estrechos, como si las mujeres que escriben fueran una excepción, un caso anómalo en la literatura (“en todo caso -propusieron mis amigas- titulen la mesa dedicada a Cervantes como ‘Mancos que escriben’”). Es evidente, en este caso, la necesidad de reflexionar a partir de lo individual para transformar nuestra visión de lo general. Precisamos un punto de partida y ése es, para la literatura latinoamericana, sor Juana Inés de la Cruz.
Confieso que siempre me ha llamado la atención la riqueza significativa de la obra de sor Juana. Frecuentemente regreso a sus escritos y cada vez encuentro una veta nueva, un potencial latente. Me percato, asimismo, de que estas consultas pueden resultar algo extravagantes, principalmente si las miramos desde fuera. Un lector tradicional presume con orgullo sus relecturas de Shakespeare, de Montaigne, de Pope o de Cervantes (incluso puede escribir tratados de lectura o de crítica sin mencionar ninguna otra fuente, ni siquiera a los griegos o latinos). Pero volver a sor Juana, una monja colonial recluida en un oscuro convento de la ciudad de México, ¿no resulta algo extraño? ¿Qué esperamos encontrar? El hecho no deja de tener importancia si consideramos el contexto de su escritura. Era difícil, casi imposible, escribir y leer de manera libre en eso días. ¿Cómo escapar de la gramática escolástica; cómo mirar más allá de la excluyente teología colonial? Ante tales cercos, no es de extrañar la marcada homogeneidad de nuestras letras coloniales, exentas del uso de la ficción y sometidas a la racionalidad estrecha de la escolástica. Y sin embargo, la obra de sor Juana (que “técnicamente” no desbordó esos límites), única y vasta, marcó la más grande y singular excepción.
No creo equivocarme cuando considero la “Respuesta a sor Filotea de la Cruz” (1691), como uno de los grandes textos fundacionales de nuestra literatura (al lado de los Comentarios reales del Inca Gracilaso de la Vega y de la Nueva crónica y buen gobierno de Guamán Poma de Ayala). Una afirmación como la anterior, sin embargo, precisa de una explicación. ¿Cuáles son los elementos que hacen de tal texto una obra iniciadora? Antes que nada está la reflexión de la propia escritura. Sor Juana es la primera escritora, en nuestro continente, que cuestiona su oficio y reclama para las mujeres el derecho a ejercerlo. Con su vida como ejemplo, defiende una vocación clausurada a priori por las instituciones y establece el derecho femenino al conocimiento y a la interpretación. Y todo ello dentro de los estrechos márgenes de la retórica escolástica. Tenía todo en contra: la jerarquía eclesiástica, que no aceptaba (y sigue sin aceptar) los juicios de una mujer; la envidia de sus pares escritores, que tampoco deseaban reconocer la enorme superioridad literaria de una monja; y la propia aceptación femenina de la subordinación de las mujeres (que por desgracia aún tiene una fuerza residual).
La partida estaba de antemano perdida y nuestra autora lo sabía; sin embargo, antes de darse por vencida, nos deja un testamento intelectual donde resume sus esfuerzos y traza el camino para la transformación. Su vida, nos sugiere, ha estado marcada por la bifurcación, esos dos caminos opuestos que ella ha tenido que recorrer al mismo tiempo: concretar su vocación literaria y satisfacer las expectativas de una sociedad sometida a la estrechez del colonialismo. Al ejercer su vocación, sor Juana contradice la racionalidad en boga que negaba a las mujeres el uso de la palabra escrita y el derecho a ocupar el espacio público. Contra la verticalidad de esa lógica excluyente, la autora de “Primero sueño” opone la horizontalidad de un pensamiento multidisciplinario que, a diferencia de las universidades premodernas, establece vínculos entre todos los discursos y saberes de la época.
Hablé en el título de un despertar racional distinto, me refería a una toma de conciencia alternativa. Nada hay de mesiánico en ello. Despertar como inicio e inicio como revisión del pasado para cambiar el futuro. Tales son las acciones que sor Juana realizó en su momento. Teniendo en cuenta su circunstancia es casi imposible pedirle algo más, y sin embargo mucho habría qué decir todavía.
Tal vez su contexto la obligó a la abjuración de su vocación y la historiografía literaria tradicionalista la encasilló dentro de las “producciones menores y barrocas” de la Nueva España, pero su escritura permanece y demanda en la actualidad nuevas formas de lectura. Aceptemos el desafío y hagamos de sor Juana Inés de la Cruz nuestra contemporánea, entendamos, en una palabra, su razón alternativa.