viernes, mayo 05, 2006

SERGIO PITOL O EL ANÓNIMO ESPECTADOR

Me causa extrañeza, lo admito, mirar la fotografía donde Sergio Pitol recibe el Premio Cervantes de manos del rey de España. La foto no deja de ser algo irónica y hasta cierto punto podría representar el final alternativo y extemporáneo de El tañido de una flauta (la primera novela de Pitol). En tal desenlace Carlos Ibarra, el escritor marginado que se niega a terminar su novela y hace una poética de la derrota, no desaparecería en un pueblo de Yugoslavia o del Japón (según la película El tañido de una flauta de ficticio director nipón Hayashi, que hace una doble ficción dentro de la novela), sino resultaría consagrado como un autor canónico. Sugiero lo anterior porque Pitol fue el escritor atípico, el lado b del boom, el gran lector de la literatura centroeuropea cuando buena parte del resto de sus pares se dedicaba a explotar las bondades de la etiqueta llamada realismo mágico. Su obra se difundía secretamente, de mano a mano, de lector a lector. Y uno no podía sino imaginar a este mexicano (desterrado de las letras nacionalistas) deambulando por las calles de Belgrado, Varsovia o Praga, con un manuscrito bajo el brazo (tal vez uno de los infinitos borradores de su segunda novela: Juegos florales). Era el anónimo espectador asistiendo al Teatro de Nostic (hoy Teatro de los Estamentos) de Praga para ver la representación de Don Giovanni e imaginarse en ese mismo lugar pero el 29 de octubre de 1787, cuando Mozart la estrenó y vivió el más alto éxito de su carrera. El traductor de oficio que compensaba las tediosas horas de burocracia diplomática con la pausada lectura de Gombrowicz. Y finalmente Pitol era el agradable vecino de la pluviosa Xalapa, el escritor pródigo que no negaba ningún saludo y prestaba libros a desconocidos.
Con esas imágenes dándome vueltas en la cabeza, la extrañeza empieza a mudarse en alegría. Me da gusto el reconocimiento oficial a la obra de Pitol, aunque sé que esto no cambiará mucho la recepción de su obra. De ser un escritor de culto, pasará a ser un nombre conocido, cuya escritura se desconoce. Ya no lo abordarán en las plazas lectores, sino funcionarios públicos y reporteros. Pero sé que Pitol sabrá librarse y hará ficción y broma de su nueva condición de celebridad. Seguramente pronto leeremos una relato magistral, ambientado en el paraninfo de la Universidad de Alcalá. Allí nos enteraremos de la vida de un lector rebelde (anónimo espectador del mundo y sus posibilidades), de un escritor latinoamericano que un día descubrió que la patria es la vocación y los límites, los alcances de su propia escritura.