viernes, enero 20, 2006

DE LA CRÍTICA COMO CREACIÓN

Hoy convoco aquí un asunto difícil, complicado porque su sola mención provoca incomodidad o, peor aún, indiferencia. El malestar provocado es colectivo debido a que el asunto que me ocupa implica necesariamente la expresión de una individualidad, y eso resulta, en nuestro agitados y globalizados días, de suyo incómodo. Hablo de la crítica y del lugar que ocupa en la actualidad en nuestro campo cultural. El tema, a primera vista, no parece merecer el interés de la opinión pública, tal vez porque no se relaciona con ninguna fecha conmemorativa ni hace apología a algún autor premiado, ni ayuda a las ventas. No. Hoy me ocupo de “la loca de la casa”: el personaje más molesto y, a la vez, más necesario para el desarrollo de nuestras expresiones.
Pues si la literatura es una especie de cuestionamiento (del ser, del mundo, de la realidad), la crítica, al cuestionar la obra (literaria, plástica o filosófica), representa un doble cuestionamiento. ¡Vaya incomodidad! La crítica es el espejo, y no todos están dispuestos a mirarse en él porque obviamente no verán solamente el trabajo crítico, sino su propia obra expuesta. Trabajo difícil y poco valorado. Doy un rápido ejemplo: Aristarco de Samotracia, el gran crítico de Alejandría. Tal vez su nombre, condenado al olvido desde tanto tiempo, no diga nada, pero su trabajo crítico permitió la ordenación y clasificación de innumerables obras que hoy llamamos clásicas. Homero sin Aristarco sería un eco lejano y difuso en las playas del Mediterráneo.
Pero eso es sólo el inicio, el trabajo de rescate y ordenación. Viene luego la parte más complicada: la interpretación y el juicio. Alfonso Reyes, al realizar la anatomía de la crítica, sólo dividirla en tres niveles: impresión, exégesis y juicio. El primer nivel es nuestro contacto inicial con la obra artística, guiado por la intuición y la sensibilidad; el segundo es más cercano al trabajo académico (su explicación y clasificación –temporal, estética- para su difusión y conservación); el tercero implica una responsabilidad mayúscula: emitir un juicio y hacerse responsable de él. He aquí la sustancia crítica y la base de su antipopularidad. Cuántas veces hemos escuchado la trillada frase: “el crítico es un creador de segundo orden” o “el crítico es un autor fracasado”. ¿Es la crítica una especie de subcreación? ¿No será a la inversa? Expresar una interpretación siempre es arriesgado, más si el tema en cuestión es una obra de arte. Y lo es porque es una traslación del espacio privado al público, y en ese camino el riesgo es permanente. El crítico, antes que nada, es un lector, pero su lectura es de índole múltiple (estética, histórica, crítica). Su labor es asimilar la impresión del contacto; entender las redes comunicativas de la obra (con ella misma y con otras obras); y estructurar su interpretación en un juicio (esto es, dar la cara). La acción requiere de un cuidadoso equilibrio: si abusa de la impresión, hablará de él mismo y no de la obra; si se queda en la exégesis, alabará un método y no una creación estética; y si exagera un juicio, creará un libelo o una apología y no un texto crítico.
Para finalizar, retomo los dos cuestionamientos anteriores. La crítica no es una creación de segundo orden: es una creación en sí misma. Es la invención de un universo literario. Siempre se ha dicho que sin literatura (sin arte en general) no puede haber crítica; pero lo mismo sucede a la inversa. Sin crítica no hay literatura, sólo un listado de obras. La crítica no es una institución: es una forma de articular la experiencia estética, y todos tenemos el derecho a ejercerla. No de otra cosa está hecha la opinión pública. Terminemos de una vez con la indiferencia. Es nuestra labor como lectores, es nuestro deber como ciudadanos. (2005)