viernes, enero 06, 2006

UN AÑO PARA LEER EN SILENCIO

Este 2006 se inicia, en literatura, de manera más modesta que el año pasado. El gran alboroto que provocó la celebración del cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote ha cedido por fin y Mozart llega hoy para destronar a Cervantes. La literatura (bueno, en realidad: la maquinaria para publicitarla) deja de estar en el candelero para dar paso a los fastos musicales. En lo personal, celebro que así sea. Estoy seguro que ninguna de las grandes estrategias publicitarias que nos recetaron a lo largo de los últimos 365 días cambiaron significativamente el porcentaje de lecturas de la obra cervantina. Tengo la seguridad, en cambio, que muchísimas personas recibieron o regalaron en el 2005 un ejemplar del Quijote (en edición conmemorativa, por supuesto), pero hasta allí llegó el gesto: la misma dinámica que promovió (e impuso) la presencia de la novela de Cervantes hace cada vez más difícil su lectura (desde luego: eso a los promotores y las agencias que se llenaron los bolsillos les importa muy poco). Cuánta distancia entre comprar y leer un libro; lo primero se ha facilitado sobremanera, lo segundo, parece ya irrelevante para el mercado (incluso inconveniente, pues ello implicaría una transformación fundamental en la industria editorial). Libros y autores son celebrados por sus ventas y por su presencia en los medios, eso no es ninguna novedad, lo alarmante, sin embargo, es la implicación inmediata de este fenómeno: la perdida de espacio para los lectores que no se conforman con ser simples consumidores de bestsellers. Hay quien se siente optimista ante las imágenes de las librerías atiborradas de adolescentes a la espera de la última entrega de Harry Potter; a mí me preocupa que para esa multitud las referencias no pasen de ese formato (o peor aún: que sea ese formato lo que los atraiga). No generalizo, pero ese tipo de consumidor suele perseguir la repetición de la fórmula y no la exploración que el acto de lectura representa. No estamos tampoco, como sugieren otros, ante la repetición del fenómeno folletinesco: el inicio de la literatura popular en los siglos XVIII y XIX fue acompañado por la creación de la opinión pública y la democracia representativa. Al contrario, nos enfrentamos a una tremenda y paradójica reducción de posibilidades, a un impresionante proceso de homogenización, que sólo podrá ser revertido de manera individual y paulatina a través de la manifestación del juicio del lector. Hagamos de este 2006 un año para la lectura en silencio y acortemos la distancia entre comprar y leer.