F. Retamar: “El porvenir de nuestras letras está unido al de nuestra América”
02/05/2012 / POR ESPACIO MURENA
En esta
entrevista, Roberto Fenández Retamar reflexiona sobre el contexto cultural
hispanoamericano del siglo XX.
El destacado ensayista y poeta cubano está visitando nuestro
país desde el 25 de abril hasta el 6 de mayo, en ocasión de una serie de
actividades que organiza el Espacio Murena: entre ellas, la conferencia “José
Lezama Lima y su visión calibanesca de la cultura” que brindará en el
Centro Cultural Borges el día jueves 3 de mayo a las 18.30 horas y “Ser
latinoamericano y caribeño”, que dictará el día sábado 5 de mayo a las
16.30 horas en la Feria del Libro (Sala Roberto Arlt). Es en este marco que le
hemos acercado algunos interrogantes sobre el contexto cultural
hispanoamericano del siglo XX que consideramos tienen una fundamental
importancia para comprender el presente y pensar el porvenir.
– Estimado
Roberto, de alguna manera en los años sesenta y setenta del pasado siglo se
hace visible un fuerte vínculo entre literatura, política y emancipación.
¿Cuáles son, a su juicio, las condiciones que lo hacían posible?
Roberto Fernández
Retamar: Entiendo que la pregunta se refiere en particular a nuestra
América. Y a ella llegó en esas décadas la onda anticolonialista que surgió
tras el fin de la llamada Segunda Guerra Mundial y se hizo visible en países
como la India, Indonesia, Vietnam, Argelia y varios del África
subsahariana. Es dentro de esa onda, de impugnación del colonialismo
tradicional y del neocolonialismo, que se inscriben el triunfo en 1959 de la
revolución en Cuba y los variados movimientos que ocurrieron en el continente
relacionados de alguna manera con ella. El impacto de esos hechos, como no
podía menos de ser, repercutió vivamente en nuestra literatura y en otras
artes nuestras (el cine o la canción, por ejemplo).
– Usted ha
hecho una magnífica reinterpretación del personaje conceptual Caliban. ¿Es
posible pensarlo también como figura del “intelectual comprometido” en clave
hispanoamericana? ¿Qué vigencia tiene esa noción del intelectual en la
actualidad?
RFR: Gracias por su
generosa opinión. En mi ensayo “Caliban”, que ya ha cumplido cuarenta años,
recordé que ese personaje conceptual puede representar al pueblo, pero que otro
personaje conceptual de la pieza de Shakespeare se corresponde con el
intelectual: Ariel. Debemos al pensador argentino Aníbal Ponce un notable
ensayo sobre el tema: “Ariel o la agonía de una obstinada ilusión”. Ariel
aparece como un siervo de Próspero, y debe optar entre mantener esa condición o
unirse al esclavo Caliban en la lucha por la liberación. Entiendo que los
intelectuales de nuestros días tienen ante sí una disyuntiva similar.
– ¿Cree usted
que se ha constituido, durante el siglo XX, una tradición ensayística
hispanoamericana? Si es el caso, ¿quiénes serían sus principales referentes
hoy?
RFR: A la
primera pregunta debo responder afirmativamente. Es más: ya en el siglo XIX,
sobre todo a partir del modernismo, hay en nuestra literatura muestras
admirables. Ángel Rama, notable ensayista él mismo, llegó a decir que los dos
géneros mayores de nuestras letras eran la poesía y el ensayo. Ambos alcanzaron
metas mayores a partir del modernismo. Lo ejemplificaron Martí y Darío tanto en
la poesía como en el ensayo (aunque no se lo llamara así), y algo más tarde
Rodó y Sanín Cano en el ensayo. Entrado el siglo XX, practicaron magistralmente
el ensayo autores como Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, José Carlos
Mariátegui, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima,
Octavio Paz, Cintio Vitier y muchos más. No me es fácil responder la segunda
pregunta, pues hacerlo requiere un conocimiento del que carezco. Me parecen
notables ensayistas el colombiano William Ospina, los mexicanos Pablo González
Casanova, José Emilio Pacheco y Víctor Barrera Enderle, el venezolano Luis
Britto García, los argentinos Noé Jitrik, Ricardo Piglia, Atilio Boron y Néstor
Kohan, y en mi país son ensayistas de valía Graziella Pogolotti, Leonardo
Acosta, Ambrosio y Jorge Fornet.
– Usted ha
tenido una relación fluida con la cultura rioplatense, y con la Argentina en
particular (a través de algunos de sus referentes como Martínez Estrada o
Cortázar). ¿Cuál es su recuerdo de esos vínculos?
RFR: Aunque ya tenía
desde antes esa relación (de la que hablé al frente del libro de 1993 Fervor
de la Argentina), ella se incrementó considerablemente por mi
trabajo en la Casa de las Américas. Y antes de detenerme en los que usted
menciona, quiero evocar nombres como los de Paco Urondo, Rodolfo Walsh y
Haroldo Conti, hermanos que defendieron nobles causas y tuvieron un fin
terrible. A Martínez Estrada lo había leído ya cuando, tras obtener un premio
de la Casa de las Américas, vino a Cuba a principios de 1960. Volvió después
para trabajar en la Casa, y lo leí y visité mucho. Fue para mí un verdadero
maestro, y veo con tristeza (ojalá esté equivocado) que apenas se lo menciona
en la Argentina de hoy. A Cortázar lo conocí en 1963, cuando integró por
primera vez el jurado del Premio Casa de las Américas. Poco después leí Rayuela,
quedé estremecido y le escribí una carta que inició nuestra correspondencia de
veinte años, hasta su muerte. Casi la totalidad de las cartas que nos envió a
la Casa de las Américas fue publicada en el número que le dedicó tras su muerte
nuestra revista. Fue una criatura excepcional, y lo tenemos siempre presente.
– ¿Cuál es su
expectativa para el porvenir de la ensayística y las letras hispanoamericanas?
RFR: Creo que
ese porvenir está inextricablemente unido al de nuestra América, al de la
humanidad en su conjunto. Más de uno ha hablado del pesimismo de la
inteligencia y el optimismo de la voluntad. Los tiempos son arremolinados, bien
peligrosos. Nos esperan grandes pruebas, según nos dice la inteligencia. Pero
no es dable arriar la esperanza.
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