La “mala lectura”
Resulta curiosa la manera en que los otrora
llamados medios masivos de comunicación perciben y difunden lo que ellos
entienden por literatura. Específicamente, me llama la atención que, cuando se trata o se “retrata” un “tema
literario”, sea la vida de un escritor o
de un dramaturgo, o de un poeta, en una película, serie u obra de teatro, se
tiende a rechazar toda variante y se termina por imponer –a veces de manera
sutil, a veces sin tapujos- una sola forma de lectura, la cual suele ser
racional, lineal y sumamente moral. Me refiero al escritor como personaje, como
una función dentro de la llamada diégesis. El escritor, al interior de esa ficción, debe crear una obra con un
solo sentido, casi siempre de corte realista y de la cual, al final, no sabemos
casi nada. Tampoco estoy pugnando porque el fenómeno de la creación literaria
sea llevado de manera fidedigna a la escena o a la pantalla, eso no podría ser sencillamente
porque el proceso de creación está fuera y se queda fuera de la obra. Además,
está lo obvio: los lenguajes de la literatura y el cine son diferentes Estoy entrando en terrenos de lo
metaficcional, y no deseo hacerlo, simplemente quiero marcar, o mejor dicho,
describir una tendencia, un movimiento que, irónicamente, surge de la
escritura, pero que, al mismo tiempo, se aparta de ella e intenta definirla
y petrificarla, convertirla en una
función dramática, por decirlo de alguna manera.
No
es un fenómeno nuevo, por supuesto, ni exclusivo de estos medios (Internet y
las redes sociales son otros espacios dignos de reflexión); pero de un tiempo a
esta parte, se ha reavivado. El desborde del vaso lo ha dado la serie
norteamericana The Following, donde
se presenta a un escritor y maestro de literatura como a un asesino serial. Su
peculiar lectura de la obra de Allan Poe se convierte en un ejemplo masivo de cómo no se debe leer. La distancia entre
una interpretación alternativa de un objeto estético y la psicopatología se
estrecha de manera asombrosa. La ficción
y su recepción deben ser domesticadas, parece ser el mensaje, o mejor dicho: la
advertencia final. Se precisa imponer la lectura de lo que ellos entienden por
el “hombre común”: una lectura clara, que lleve a un significado único y
transparente. Podríamos llamar a este fenómeno el “Síndrome de Barton Fink”, y
definirlo como la disputa entre el universo de la escritura y el universo del
espectáculo. Y la imagen perfecta sería
la escena, en esa película de los hermanos Coen, cuando el productor de cine,
travestido de general rechaza, luego de haberle besado los pies y jurado que
respetaría sus procesos de creación, el
guión de Fink y lo acusa de no saber hacer su trabajo, de no entender lo que el
público desea.
He
aquí la puesta en escena de lo que llamo, parafraseando un poco a los antiguos
teóricos de la deconstrucción, una “mala lectura”, es decir, la imposición de
una interpretación sobre otras posibles. Este proceso de “misreading” haría de la
literatura un subtema del espectáculo, un producto mediado por infinidad de intereses
ajenos, y el cual, paradójicamente, terminaría por ser “aceptado” como verdad
por los espectadores y por buena parte de la opinión pública. Partiendo de esa
interpretación, el asesinato de John Lennon, por ejemplo, sería causado
principalmente por la mala lectura que Mark David Chaman hizo de The Catcher in the Rye, de J. D.
Salinger y no debido a los problemas mentales que padecía. Su locura residía,
según el discurso mediático, en entender
de manera diferente un texto literario, en leerlo de manera heterodoxa. Visto
así, resulta imposible no hacer una comparación entre Chapman y el personaje Joe
Carrol de The Following. Chapman leyó mal una novela y asesinó a
una persona; Carroll leyó mal la obra completa de un autor y se
transformó en un asesino serial y en líder de una secta de lectores
desquiciados. La comparación podría ampliarse y abarcar la manera en que estos
actos de “desobediencia” son censurados y castigados por autoridades (reales y
metafóricas). En el caso de Carroll, su oponente, el oficial del FBI
interpretado por Kevin Bacon, no es sólo su perseguidor sino el autor de un libro (de no-ficción, por
supuesto) donde relata la captura de Carroll y el modo en que éste mal
interpretaba la escritura de Poe.
En
esta partida, la literatura tiene la peor mano, lo sé, pero no estaría de más imaginar un final
alternativo a esta historia predecible, un relato cinematográfico o televisivo
donde se inviertan los roles y se deje abierta la posibilidad de ensayar con
esa mala lectura: hacer de la escena un espejo (y no sólo una proyección). Un
final donde el escritor-personaje logre concretar la obra bajo sus propias condiciones y
termine por sorprendernos a todos. ¿Estaré pidiendo demasiado? Yo creo que sólo
estoy ejerciendo mi derecho como lector… y como espectador.
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