El aquí y el ahora, distendidos. La correspondencia entre Paul Auster y J. M. Coetzee
La primera sensación, tras iniciar la lectura
de Aquí y ahora. Cartas, 2008-2011,
fue más o menos parecida a ésta: estoy
ante un libro planeado, me dije, pensado
como una obra dialógica. Una composición hecha en tándem. Premeditada. Creí
entonces que eso demeritaba el libro. Luego cambié completamente de parecer, y
supongo que a los propios interlocutores les pasó lo mismo. Doy una prueba. El
7 de abril de 2011, tras tres años de correspondencia, Auster llama a Coetzee
el “Otro ausente” y le confiesa su revelación: “He descubierto que muchas veces
voy por ahí hablando contigo en mi cabeza…”
Experimento de literatura epistolar
en la era de la comunicación instantánea. El aquí y el ahora son despojados del oropel digital: puestos sobre
el papel, tras una pausada reflexión. Ese gesto es ya una provocación, pero
también un riesgo: caer en el simple artificio, en una creación forzada. Y ese
peligro intensifica la lectura. El
antecedente es simple, no ocupa sino la mitad de la contratapa: Paul Auster y
J. M. Coetzee estaban en contacto desde 2005, sin embargo, no se conocieron
personalmente hasta febrero de 2008. Unos pocos meses más tarde, a mitad de julio,
Coetzee lanza la primera “piedra”: una carta que reflexiona sobre la amistad. El anzuelo cumplió su cometido. El 29 de
julio, Auster respondió desde Brooklyn; sus primeras palabras son una
confesión: la misiva de Coetzee le ha desatado “un torbellino de ideas y
recuerdos”. Ambos autores han tratado, directa o indirectamente, sobre la
amistad en sus respectivos libros. Debo aclarar que, desde el inicio, queda
establecido el límite del concepto: ellos pensarán y debatirán sobre la amistad
masculina, y yo añado aquí otro adjetivo a esa amistad: literaria.
No
es raro, pues, que el primer asunto planteado sea la amistad, y en particular
la amistad masculina: ¿cuándo pueden dos hombres ser amigos sin ser
confidentes? Coetzee y Auster comienzan siendo amigos y terminan convertidos en
cómplices. Muchas cosas los unen: la escritura, en primer lugar, pero también
la edad y la lengua. Son hombres maduros que habitan en distintas posiciones
del mundo anglófono. Y lo mismo sucede en el terreno literario. A pesar de que
Coetzee ha sido galardonado con el premio Nobel, nunca deja de sentirse como un extranjero en
el idioma inglés. Auster, por el contrario, se apropia de la lengua inglesa con
la peculiar arrogancia de los norteamericanos. Para él, el centro del mundo es
Nueva York, aunque reconoce lo relativo de sus juicios y preferencias.
Los interlocutores, una vez fortalecida la complicidad y establecidas las
reglas de juego (lanzan sus cartas vía postal, primero, y luego a través del
fax, no utilizan el correo electrónico, salvo a manera de telegrama), pasan a
la revisión de diversos temas. Los menciono al vuelo: la crisis económica
desatada en 2008 y su carácter ficcional y especulativo (una perversa forma de
ficción que logra empobrecer aún más a buena parte del planeta); la literatura
epistolar y su dilema: ¿qué buscar ahí, la vida o la obra, o ambas?; la
constate sensación de pérdida de realidad que provoca la posmodernidad (por
momentos las cartas me hicieron pensar en la poesía lárica de Rilke, ese canto
a la extrañeza que provocaba la irrupción de la vida moderna); los procesos
heterogéneos que se llevan a cabo en la escritura de novelas; la lectura
literaria en la era digital; la naturaleza de la crítica; el uso de los teléfonos celulares en la trama
novelística; el cine clásico; los viajes; las hazañas deportivas; la “primavera
árabe” y su posterior y previsible institucionalización; y, por supuesto, el paso del tiempo y sus
consecuencias más profundas y evidentes: la vejez y la muerte.
Ambos son hombres mayores, su
juventud ha quedado atrás: ¿cómo participar de la vida sin reproducir los lugares comunes de la senectud y evitando,
asimismo, caer en la ridícula actitud del joven eterno? En la última carta de
Coetzee, fechada el 29 de agostos de
2011, termina afirmando: “El mundo sigue
enviándonos sorpresas y nosotros seguimos aprendiendo”. Tal es el desafío que
los dos enfrentan a diario. Y creo que ahí reside la parte fundamental de este
libro: en el gesto de salvar la comunicación en un momento donde reina la sobre
información. Ser coherentes y no caer en las tentaciones de los simulacros. Dos
escritores se escabullen de la vorágine
y crean el tiempo e inventan el espacio. Hacen una pausa para charlar, para discutir, para reconocerse como pares.
Tratan de evitar la nostalgia, y no pretenden adornar el pasado ni cancelar el
futuro. Por el contrario, Paul Auster y J. M. Coetzee buscan maneras de hacer
del presente (del aquí y el ahora) una época mucho más habitable, no sé si eso
es posible, pero sí sé que es importante tratar de que lo sea.
(Publicado en el suplemento cultural chileno La Panera, núm. 36)