jueves, marzo 07, 2013

El aquí y el ahora, distendidos. La correspondencia entre Paul Auster y J. M. Coetzee



La primera sensación, tras iniciar la lectura de Aquí y ahora. Cartas, 2008-2011, fue  más o menos parecida a ésta: estoy ante un libro planeado, me dije,  pensado como una obra dialógica. Una composición hecha en tándem. Premeditada. Creí entonces que eso demeritaba el libro. Luego cambié completamente de parecer, y supongo que a los propios interlocutores les pasó lo mismo. Doy una prueba. El 7 de abril de 2011, tras tres años de correspondencia, Auster llama a Coetzee el “Otro ausente” y le confiesa su revelación: “He descubierto que muchas veces voy por ahí hablando contigo en mi cabeza…”
Experimento de literatura epistolar en la era de la comunicación instantánea. El aquí y el ahora son  despojados del oropel digital: puestos sobre el papel, tras una pausada reflexión. Ese gesto es ya una provocación, pero también un riesgo: caer en el simple artificio, en una creación forzada. Y ese peligro intensifica la lectura.  El antecedente es simple, no ocupa sino la mitad de la contratapa: Paul Auster y J. M. Coetzee estaban en contacto desde 2005, sin embargo, no se conocieron personalmente hasta febrero de 2008. Unos pocos meses más tarde, a mitad de julio, Coetzee lanza la primera “piedra”: una carta que reflexiona sobre la amistad.  El anzuelo cumplió su cometido. El 29 de julio, Auster respondió desde Brooklyn; sus primeras palabras son una confesión: la misiva de Coetzee le ha desatado “un torbellino de ideas y recuerdos”. Ambos autores han tratado, directa o indirectamente, sobre la amistad en sus respectivos libros. Debo aclarar que, desde el inicio, queda establecido el límite del concepto: ellos pensarán y debatirán sobre la amistad masculina, y yo añado aquí otro adjetivo a esa amistad: literaria.
            No es raro, pues, que el primer asunto planteado sea la amistad, y en particular la amistad masculina: ¿cuándo pueden dos hombres ser amigos sin ser confidentes? Coetzee y Auster comienzan siendo amigos y terminan convertidos en cómplices. Muchas cosas los unen: la escritura, en primer lugar, pero también la edad y la lengua. Son hombres maduros que habitan en distintas posiciones del mundo anglófono. Y lo mismo sucede en el terreno literario. A pesar de que Coetzee ha sido galardonado con el premio Nobel,  nunca deja de sentirse como un extranjero en el idioma inglés. Auster, por el contrario, se apropia de la lengua inglesa con la peculiar arrogancia de los norteamericanos. Para él, el centro del mundo es Nueva York, aunque reconoce lo relativo de sus juicios y preferencias.
Los interlocutores, una vez  fortalecida la complicidad y establecidas las reglas de juego (lanzan sus cartas vía postal, primero, y luego a través del fax, no utilizan el correo electrónico, salvo a manera de telegrama), pasan a la revisión de diversos temas. Los menciono al vuelo: la crisis económica desatada en 2008 y su carácter ficcional y especulativo (una perversa forma de ficción que logra empobrecer aún más a buena parte del planeta); la literatura epistolar y su dilema: ¿qué buscar ahí, la vida o la obra, o ambas?; la constate sensación de pérdida de realidad que provoca la posmodernidad (por momentos las cartas me hicieron pensar en la poesía lárica de Rilke, ese canto a la extrañeza que provocaba la irrupción de la vida moderna); los procesos heterogéneos que se llevan a cabo en la escritura de novelas; la lectura literaria en la era digital; la naturaleza de la crítica;  el uso de los teléfonos celulares en la trama novelística; el cine clásico; los viajes; las hazañas deportivas; la “primavera árabe” y su posterior y previsible institucionalización;  y, por supuesto, el paso del tiempo y sus consecuencias más profundas y evidentes: la vejez y la muerte.
Ambos son hombres mayores, su juventud ha quedado atrás: ¿cómo participar de la vida sin reproducir  los lugares comunes de la senectud y evitando, asimismo, caer en la ridícula actitud del joven eterno? En la última carta de Coetzee,  fechada el 29 de agostos de 2011,  termina afirmando: “El mundo sigue enviándonos sorpresas y nosotros seguimos aprendiendo”. Tal es el desafío que los dos enfrentan a diario. Y creo que ahí reside la parte fundamental de este libro: en el gesto de salvar la comunicación en un momento donde reina la sobre información. Ser coherentes y no caer en las tentaciones de los simulacros. Dos escritores se escabullen  de la vorágine y crean el tiempo e inventan el espacio. Hacen una pausa para charlar, para discutir, para reconocerse como pares. Tratan de evitar la nostalgia, y no pretenden adornar el pasado ni cancelar el futuro. Por el contrario, Paul Auster y J. M. Coetzee buscan maneras de hacer del presente (del aquí y el ahora) una época mucho más habitable, no sé si eso es posible, pero sí sé que es importante tratar de que lo sea.

(Publicado en el suplemento cultural chileno La Panera, núm. 36)