lunes, enero 14, 2013

Estampa de la FIL de Guadalajara



Más que a la inmovilidad o a la veracidad del retrato, apelo al artificio,  al registro simbólico y múltiple   de la estampa para describir la puesta en escena de lo que podríamos llamar la vida literaria latinoamericana en el momento presente. Estampa como transmutación plástica de una visión religiosa; estampa como registro ideológico. El escenario es, por supuesto, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, considerada, de manera unánime, como la más importante del orbe hispánico. Para elaborar  esta estampa, voy a dar por supuesto la existencia de  una geometría de la literatura, de un espacio cuadriculado donde se despliegan las estrategias simbólicas de  un universo repleto de referencias. Idealmente, ese lugar debería construirse con base en la lectura, pero, en su lugar, intervienen ahora otros procesos, algunos más determinantes que otros. La relación entre el autor, la obra y el lector se encuentra mediada por infinidad de factores, eso lo sabemos bien. Ya años antes de que Pierre Bourdieu designara como “campo” al vasto y difuso  territorio simbólico de la cultura, Robert Escarpit había señalado que la literatura, en su dimensión material, pasaba invariablemente por la dinámica del mercado.
            Hablar de mediaciones en el terreno de la percepción estética implica la formulación de varias preguntas: ¿qué factores participan para que alguien, en algún momento, acceda a un libro (material o electrónico) y lo lea? ¿Es una feria del libro la mejor vía para acelerar este proceso o, mejor dicho, para mejorarlo? No lo sé, pero tengo la impresión de que aquí, y escribo esto en plena Expo de Guadalajara, lo fundamental es otra cosa: remarcar un estatus, definir una tendencia, mantener la hegemonía. Es, literalmente,  la exposición del canon, colocado estratégicamente al centro, en la parte más vistosa, para, desde ahí,  ir desplazando, de manera cuadriculada, su influencia al resto del territorio. La palabra feria pierde aquí su acepción medieval (la reunión de artesanos para compartir e intercambiar los saberes de un oficio), y adquiere connotaciones cercanas al mercado de la bolsa: transacciones, contratos, secretos profesionales, especulaciones, inflación y, sobre todo, crisis. Los horarios de atención así lo confirman: la FIL está, durante buena parte del día, reservada para “expositores”; el público (el supuesto “target market” principal) sólo puede ingresar después de las cinco de la tarde.
            Debo añadir que estamos hablando del simulacro de la lectura en un país sin lectores, en una nación donde la retórica de la cultura ocupa un espacio central, pero sólo discursivamente: esa hegemonía territorial se desvanece en cuanto uno se aleja de la Expo. Y yo no puedo evitar comparar la escena del ingreso discriminatorio a la FIL con la realidad de las políticas culturales mexicanas: se invierte en el protocolo, en la ostentación, pero al público se le deja varado a su suerte.  
            Este año, la edición de la FIL  tuvo algunos contratiempos; el principal fue la polémica desatada por la entrega del Premio de Literatura en Lenguas Romances  (otrora llamado “Juan Rulfo”) al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, acusado y condenado de plagio literario. La nota, vista con mayor detenimiento, reflejaba la despiadada disputa por la legitimidad de un oficio que se mantiene, en América Latina, gracias a una complicada y codificada serie de conductas y discursos más cercanos a la mercadotecnia que a la literatura (la retórica de las políticas culturales de nuestras naciones refleja constantemente la inadecuación entre el discurso jurídico y el literario). Después estaba el inminente cierre de sexenio: el cambio de gobierno y de partido, con todo y la renovación de la plana cultural: los altos funcionarios debían tirar la casa  por la ventana –es decir, agotar el presupuesto para no tener que devolverlo-  porque luego no habría oportunidad. Y, finalmente, la necesidad de procesar simbólicamente la muerte de Carlos Fuentes.
            Ante tal panorama, se entregó el premio de manera privada, y se  dio prioridad a la consagración de Fuentes como el segundo escritor clásico mexicano, después de Octavio Paz. La inauguración de la FIL siguió este tenor jerárquico: se convocaron a las autoridades culturales, a las “celebridades internacionales”, a los “emporios” del mundo editorial  y se dejó sobre la mesa la necesidad de un sucesor (¿Fernando del Paso, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol?).
            En esta estampa, la ubicación lo es todo: los protagonistas se alojan en el Hilton, y los aspirantes a serlo se dedican a “hacer lobby”, a estar lo más cerca posible de este centro que, por una vez al año, deja de ser virtual y se convierte en un lugar concreto. Si uno pone atención al cuchicheo, al murmullo que producen los escritores, los editores o los periodistas, podrá percatarse de que “alguien importante” está cruzando tal pasillo o dando equis charla. Pero si hacemos un ejercicio contrario y tratamos de adivinar quién es quién sin previa noticia: no distinguimos nada, vemos sólo personas andando de un lado para otro, alzando la vista en busca de algún saludo estridente y ostentoso. Es una estrategia de visibilidad, ante la invisibilidad que produce la carencia de un público consumidor de letras. Y no deja de ser irónico que la fila más larga para conseguir el autógrafo  de un autor haya sido la de la ex -golfista mexicana Lorena Ochoa, cuyo título es en sí representativo  de las conductas lectoras nacionales: Soñar en grande.
            Los salones y auditorios (los pequeños designados con las letras del alfabeto; los mayores, con nombres de autores jaliscienses) contienen presentaciones y mesas de discusión. Se presentan las novedades; se discuten  las posiciones en el canon: quién ocupa tal lugar y por qué. Así es, señoras y señores,  aquí, y durante algo más de una semana, se dirá qué es la literatura latinoamericana, cuáles son sus nuevas manifestaciones y hasta quiénes ocupan los márgenes, en total actitud “disidente”. Se afirma, por ejemplo, que el carácter de “maldito” en algunos escritores reside en su estilo de vida (o forma de muerte); o que fulanito de tal va a ser traducido al polaco; o que una naciente editorial independiente, y con algunos buenos títulos en su breve catálogo,  acaba de ser adquirida por una mayor, de carácter trasnacional. Y después, un brindis, y más tarde otro; y una celebración en tal cantina, y luego otra.
            Y uno no puede evitar sentirse testigo, espectador  de un campo literario en apariencia vigoroso y existente. Pero sólo basta salir de la Expo, caminar a la esquina, abordar un taxi y escuchar la lapidaria confesión del taxista: “La Feria más importante que se hace aquí en Guadalajara es la de los ferreteros”, para regresar a la cruda realidad. La estampa representa más un acto de fe, que un documento veraz. 

(Publicado en el suplemento La Panera, núm. 35)

jueves, enero 10, 2013

Analiza en ensayo humanismo crítico


Teresa Martínez

Monterrey,  México (10 enero 2013).- A más de 100 años de distancia, Víctor Barrera Enderle retoma el ensayo Ariel, de José Enrique Rodó, para reflexionar acerca de la sociedad actual en su libro La Reinvención de Ariel. Reflexiones Neoarielistas sobre Postmodernidad y Humanismo Crítico en América Latina.

El ensayista regio encontró que la obra del uruguayo, escrita en 1900 y dirigida a la juventud de América Latina, a la que previene del mercantilismo estadounidense, contiene planteamientos aún vigentes, lo cual fue una pauta para cuestionarse problemáticas contemporáneas.

"Leyendo y trabajando con Ariel me di cuenta que muchos de los planteamientos son también propicios para hacerlos en esta época, pues debate sobre la relación entre Estado y ciudadano, la educación", dijo el doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Chile y catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL.

El libro, que próximamente será publicado por Conarte, contiene seis capítulos en los que se analizan la cultura, la identidad, la tradición intelectual en América Latina y su función en un mundo global, así como la idea del humanismo crítico, a través de lo que denomina "neoarielismo".

El término se refiere a la reinvención de la obra Ariel a través del rescate de las estrategias críticas de Rodó.

"A pesar de que han pasado más de 100 años y a pesar de que son otras circunstancias, hay preocupaciones que se mantienen. Pensando en mi condición individual, que soy un ciudadano de Monterrey, que está bajo la violencia, ¿qué sucede con la cultura?, ¿es necesaria o no?".

Al igual que Rodó cuestionó en su tiempo la relación entre educación y el avance tecnológico, uno de los aspectos que el autor analiza es cómo la tecnología ha resultado ser la base de la educación.

"A la tecnología hay que aprovecharla, pero sí tener más herramientas para cuestionarnos qué está sucediendo en la actualidad. Por eso mi regreso a Rodó, desde una perspectiva del siglo 21", agregó el también autor de Lectores Insurgentes. La Formación de la Crítica Literaria Hispanoamericana (1810-1870).

El ensayo propone reflexionar para comprender que los fenómenos sociales forman parte de la historia.

"Ésa es la idea del libro, comprender que lo que sucede no es espontáneo, sino que forma parte de un proceso histórico, hay que verlo y entenderlo así para tener más posibilidades de acción", expresó.


(Publicado en el diario El Norte, el 10 de enero de 2013)