lunes, diciembre 16, 2013

El poema que volvió moderno al mundo





Del autor de este enigmático poema se dice que vivió entre los años 98 y 55; que presenció, durante su adolescencia, los estragos de una de tantas guerras civiles que aquejaron a la Roma imperial; que provenía de familia ilustre, pero retirada de la vida urbana.  San Jerónimo, el patrono de los traductores, afirmaba, basándose probablemente en Suetonio, que este misterioso poeta enloqueció a causa de una poción amatoria, y no sólo eso, también sostenía que la composición de su obra magistral se dio bajo los efectos de ese estado alucinatorio, el cual, finalmente, lo llevó a quitarse la vida a la edad de 44 años. Fuera de eso no quedan más que un nombre de autor y un largo poema de 7, 400 versos escritos en hexámetros dactílicos. Estoy hablando, por supuesto, de  Tito Lucrecio Caro y de su obra De rerum natura, traducida generalmente como De la naturaleza de las cosas o Sobre la naturaleza.
            El universo y su condición material,  sin un guía o un plan determinado, salvo la perpetua creación y destrucción de las cosas, en un muy movimiento incesante de átomos,  o “clinamen”, como  lo llama el poeta: tal es el principio que rige todo el poema. Lucrecio convierte en versos la filosofía práctica de Epicuro y  aboga por la cancelación de los mayores miedos metafísicos del hombre: el temor a los dioses y el horror ante la muerte. Del pensamiento de filósofo  griego, creador de la vasta y desaparecida obra  Peri physeos: fuente principal del poema, no queda casi nada, salvo las referencias que Diógenes Laercio otorga en su obra fundamental  Vidas, opiniones y sentencias  de los filósofos más ilustres y las tres cartas de Epicuro que incluye como anexo, remitidas a Herodoto, a Pitocles y a Meneceo. En las cartas se  habla de la física, de la meteorología y sus fenómenos, y de  la ética, asuntos todos versificados a su estilo por Lucrecio. El epicureísmo fue una doctrina perseguida tanto en Grecia como en Roma: es famosa la queja de Cicerón sobre la “plaga” de seguidores de Epicuro que azolaba la capital del imperio. La inclinación por los asuntos terrenales en desmedro de los divinos no ha sido bien vista en casi ninguna de las esferas de poder a lo largo de la historia. Buscar una vida plena y feliz, vía la sabía administración de los placeres y de los dolores, sin culpas ni miedos a supercherías o a castigos divinos, no es un asunto común en las agendas públicas.
            Se podría decir que el poema de Lucrecio es una obra pedagógica, una forma de enseñanza filosófica, pero con ello sólo diríamos una parte muy pequeña. De la naturaleza de las cosas es un gran poema que produce su propio conocimiento. La relación entre poesía y filosofía es vasta y sumamente compleja, y no es mi intención entrar aquí a una larga discusión, me quedaré simplemente con estas palabras de George Steiner, tomadas de uno de sus últimos ensayos: La poesía del pensamiento: “Lucrecio  nos hace sentir que hay ciertos movimientos de pensamiento, de razonamiento abstracto, una gravitas, un peso material […] En todo lugar y en todo momento en que la sensibilidad especulativa occidental inclina hacia el ateísmo, franco o disimulado, hacia el materialismo y el humanismo estoico, Lucrecio es un talismán.”
            De la naturaleza de las cosas está dividido en seis partes. Los libros I y II versan sobre los átomos  y el universo como objeto total; sobre la explicación de la naturaleza del alma y de la mente con sus operaciones tratan los libros III y IV; los dos últimos libros describen los mecanismos de los movimientos celestes, narran la historia del mundo y de la humanidad, explican la causa de los fenómenos meteorológicos y las razones de las epidemias.  El poema inicia con una invocación, más retórica que sincera, a la diosa Venus, sin faltar, por supuesto,  la tradicional dedicación a una persona ilustre o con influencias, en este caso se trata de un personaje oscuro llamado Memio; pero, a partir de ahí, todo se vuelve materia y transformación:
“Llamamos cuerpos a los elementos
y a los compuestos que resultan de ellos:
los elementos son indestructibles.
Porque su solidez triunfa todo.”

Por contraste, los desenlaces de cada uno de los libros suelen ser pesimistas, carentes de cualquier falsa esperanza. El poema se limita principalmente  a explorar la parte física del universo (y de las personas), es decir, se ocupa del mundo como realidad objetiva. El conocimiento proviene sólo de los sentidos y de la razón.  Uniendo estos dos factores, realidad objetiva y conocimiento racional, se puede llegar al fondo de la verdad.  Hay quienes ven en la estructura de la obra un simulacro del funcionamiento de la propia naturaleza y por lo mismo: “inútil, pues, sería toda fuerza / que turbase la unión de los principios, / y rompiese sus lazos…”
            Los átomos representan a las partículas elementales, cuyo movimiento y transformación constituyen la índole de cada una de las cosas del universo.  En ese viraje, o clinamen, está, según Lucrecio, la fuente del libre albedrío. El filósofo  norteamericano de origen español, George Santayana,  consideró a esta idea como uno de los más grandes pensamientos que ha tendido la humanidad.  Por su parte, Stephen Greenblatt, en su extraordinario ensayo The Swerve. How the World Became Modern, vio en este poema una de las fuentes de la modernidad occidental. Lucrecio no afirmaba poseer el secreto, o mejor dicho, el código de esas partículas, sin embargo confiaba que un estudio atento (¿premonición del discurso científico?) podría lograrlo algún día.  Esta lectura del universo se desentendía de cualquier preocupación teológica, pero también dejaba de lado toda consideración sobre la supuesta superioridad humana. Los seres humanos eran sólo otro elemento más en la infinitud del cosmos.
            No es difícil imaginar el impacto que una obra como ésta tuvo en los días de su aparición.   El destino posterior tampoco fue favorable. Luego de la paulatina caída de la cultura grecolatina y el ascenso del cristianismo, De rerum natura se convirtió en una vaga referencia, hasta que se le perdió toda huella. Durante mil años fueron casi nulas las noticias sobre esta obra. No fue sino hasta 1417, cuando el humanista italiano Poggio Bracciolini  encontró  una copia (probablemente hecha en Francia en el siglo IX) en un monasterio en las cercanías de la campiña alemana. Bracciolini lo transcribió de inmediato y le hizo llegar una copia a su amigo Niccolo Niccolí, acaudalado humanista florentino  y aficionado a los manuscritos y códices (su biblioteca fue una de las más  importantes en el siglo XV).  Generalmente solemos asociar los grandes acontecimientos históricos con magnas acciones políticas o militares, pocos se atreverían a afirmar que el descubrimiento de un manuscrito en un apartado monasterio podría ser un suceso histórico, y sin embargo lo es.  Para Greenblatt, y en eso concuerdo con él, el descubrimiento de Boggio Bracciolini representó uno de los antecedentes primordiales para la llegada del Renacimiento.  El poema ayudó a que la cultura occidental diera un nuevo viraje y se enfocara, de nueva cuenta, en la condición humana.
            Con la llegada de la imprenta, De rerum natura se convirtió en una obra heterodoxa en un mundo que tendía hacía la homogenización del saber. La primera edición se realizó en Brecia, al norte de Italia, en 1473. Para 1600 se habían realizado cerca de 30 ediciones.  Una de esas ediciones serviría de sólido soporte a las reflexiones ensayísticas de Michael de Montaigne, quien sin duda recitaba mentalmente a Lucrecio cuando escribió su famosa sentencia: “Deseo que se trabaje y que se prolonguen  los oficios de la vida humana tanto como resulte posible, y deseo que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero sin temerla, y menos todavía me preocupa dejar mi jardín imperfecto.”
            En el orbe hispánico, la presencia de esta obra fue vacilante, pues si bien es cierto que autores de la talla de Quevedo  tradujeron algunos de sus versos,  la primera versión castellana completa no  se realizó sino hasta 1791. La empresa la realizó el abate José Marchena, sin embargo, la obra  no se dio a la imprenta, sino hasta 1896, cuando Marcelino Menéndez y Pelayo  la publicó como parte del segundo volumen de las obras completas del abate.  Un año después se imprimió, ya separada del resto de las obras de Marchena, en Madrid por la casa editora Hernando y Cía. Alfonso Reyes conservó en su biblioteca un ejemplar de esta edición y lo distinguió con su peculiar ex libris.  Lucrecio fue, para él, una importante variación del pensamiento armónico grecolatino. La nota discordante que confirmaba la riqueza del conjunto. 
            ¿Cómo se podría leer ahora el poema, bajo la hegemonía del discurso científico y el auge de las neurociencias? ¿Estaremos cerca de conocer todos los secretos de esas partículas elementales, tal como ficcionalizaba Michel  Houellebecq en su célebre novela? Sospecho que la obra guarda aún infinidad de secretos.
             Es una lástima que no tengamos más información sobre la vida de Lucrecio. Desconocemos su carácter y el resto de su obra literaria. El poema nos habla del universo, pero muy poco de su autor. Marcel Schwob, en sus Vidas imaginarias, se tomó la tarea de humanizar, a través de la ficción, la figura de Lucrecio. En sus páginas lo hizo enamorarse de una exótica mujer africana.  Schwob recrea así el final del poeta, y con esta imagen me gustaría quedarme: “Entonces Lucrecio bebió el filtro. E inmediatamente después su razón desapareció, y olvidó todas las palabras griegas del rollo de papiro. Y por primera vez, al volverse loco, conoció el amor; y a la noche, por haber sido envenenado, conoció la muerte.”