El poema que volvió moderno al mundo
Del autor de este enigmático poema se dice que
vivió entre los años 98 y 55; que presenció, durante su adolescencia, los
estragos de una de tantas guerras civiles que aquejaron a la Roma imperial; que
provenía de familia ilustre, pero retirada de la vida urbana. San Jerónimo, el patrono de los traductores,
afirmaba, basándose probablemente en Suetonio, que este misterioso poeta
enloqueció a causa de una poción amatoria, y no sólo eso, también sostenía que
la composición de su obra magistral se dio bajo los efectos de ese estado
alucinatorio, el cual, finalmente, lo llevó a quitarse la vida a la edad de 44
años. Fuera de eso no quedan más que un nombre de autor y un largo poema de 7,
400 versos escritos en hexámetros dactílicos. Estoy hablando, por supuesto,
de Tito Lucrecio Caro y de su obra De rerum natura, traducida generalmente
como De la naturaleza de las cosas o Sobre la naturaleza.
El
universo y su condición material, sin un
guía o un plan determinado, salvo la perpetua creación y destrucción de las
cosas, en un muy movimiento incesante de átomos, o “clinamen”, como lo llama el poeta: tal es el principio que
rige todo el poema. Lucrecio convierte en versos la filosofía práctica de Epicuro
y aboga por la cancelación de los mayores
miedos metafísicos del hombre: el temor a los dioses y el horror ante la muerte.
Del pensamiento de filósofo griego,
creador de la vasta y desaparecida obra Peri physeos: fuente principal del
poema, no queda casi nada, salvo las referencias que Diógenes Laercio otorga en
su obra fundamental Vidas, opiniones y sentencias de
los filósofos más ilustres y las
tres cartas de Epicuro que incluye como anexo, remitidas a Herodoto, a Pitocles
y a Meneceo. En las cartas se habla de
la física, de la meteorología y sus fenómenos, y de la ética, asuntos todos versificados a su
estilo por Lucrecio. El epicureísmo fue una doctrina perseguida tanto en Grecia
como en Roma: es famosa la queja de Cicerón sobre la “plaga” de seguidores de
Epicuro que azolaba la capital del imperio. La inclinación por los asuntos
terrenales en desmedro de los divinos no ha sido bien vista en casi ninguna de
las esferas de poder a lo largo de la historia. Buscar una vida plena y feliz,
vía la sabía administración de los placeres y de los dolores, sin culpas ni
miedos a supercherías o a castigos divinos, no es un asunto común en las
agendas públicas.
Se
podría decir que el poema de Lucrecio es una obra pedagógica, una forma de
enseñanza filosófica, pero con ello sólo diríamos una parte muy pequeña. De la naturaleza de las cosas es un gran
poema que produce su propio conocimiento. La relación entre poesía y filosofía
es vasta y sumamente compleja, y no es mi intención entrar aquí a una larga
discusión, me quedaré simplemente con estas palabras de George Steiner, tomadas
de uno de sus últimos ensayos: La poesía
del pensamiento: “Lucrecio nos hace
sentir que hay ciertos movimientos de pensamiento, de razonamiento abstracto,
una gravitas, un peso material […] En
todo lugar y en todo momento en que la sensibilidad especulativa occidental
inclina hacia el ateísmo, franco o disimulado, hacia el materialismo y el
humanismo estoico, Lucrecio es un talismán.”
De la naturaleza de las cosas está
dividido en seis partes. Los libros I y II versan sobre los átomos y el universo como objeto total; sobre la
explicación de la naturaleza del alma y de la mente con sus operaciones tratan
los libros III y IV; los dos últimos libros describen los mecanismos de los
movimientos celestes, narran la historia del mundo y de la humanidad, explican
la causa de los fenómenos meteorológicos y las razones de las epidemias. El poema inicia con una invocación, más
retórica que sincera, a la diosa Venus, sin faltar, por supuesto, la tradicional dedicación a una persona
ilustre o con influencias, en este caso se trata de un personaje oscuro llamado
Memio; pero, a partir de ahí, todo se vuelve materia y transformación:
“Llamamos cuerpos a los elementos
y a los compuestos que resultan de ellos:
los elementos son indestructibles.
Porque su solidez triunfa todo.”
Por contraste, los desenlaces de cada uno de
los libros suelen ser pesimistas, carentes de cualquier falsa esperanza. El
poema se limita principalmente a
explorar la parte física del universo (y de las personas), es decir, se ocupa
del mundo como realidad objetiva. El conocimiento proviene sólo de los sentidos
y de la razón. Uniendo estos dos
factores, realidad objetiva y conocimiento racional, se puede llegar al fondo
de la verdad. Hay quienes ven en la
estructura de la obra un simulacro del funcionamiento de la propia naturaleza y
por lo mismo: “inútil, pues, sería toda fuerza / que turbase la unión de los
principios, / y rompiese sus lazos…”
Los
átomos representan a las partículas elementales, cuyo movimiento y
transformación constituyen la índole de cada una de las cosas del
universo. En ese viraje, o clinamen, está, según Lucrecio, la
fuente del libre albedrío. El filósofo
norteamericano de origen español, George Santayana, consideró a esta idea como uno de los más
grandes pensamientos que ha tendido la humanidad. Por su parte, Stephen Greenblatt, en su extraordinario
ensayo The Swerve. How the World Became
Modern, vio en este poema una de las fuentes de la modernidad occidental.
Lucrecio no afirmaba poseer el secreto, o mejor dicho, el código de esas
partículas, sin embargo confiaba que un estudio atento (¿premonición del
discurso científico?) podría lograrlo algún día. Esta lectura del universo se desentendía de
cualquier preocupación teológica, pero también dejaba de lado toda
consideración sobre la supuesta superioridad humana. Los seres humanos eran
sólo otro elemento más en la infinitud del cosmos.
No
es difícil imaginar el impacto que una obra como ésta tuvo en los días de su
aparición. El destino posterior tampoco fue favorable.
Luego de la paulatina caída de la cultura grecolatina y el ascenso del
cristianismo, De rerum natura se
convirtió en una vaga referencia, hasta que se le perdió toda huella. Durante mil
años fueron casi nulas las noticias sobre esta obra. No fue sino hasta 1417,
cuando el humanista italiano Poggio Bracciolini encontró una copia (probablemente hecha en Francia en
el siglo IX) en un monasterio en las cercanías de la campiña alemana. Bracciolini
lo transcribió de inmediato y le hizo llegar una copia a su amigo Niccolo
Niccolí, acaudalado humanista florentino y aficionado a los manuscritos y códices (su
biblioteca fue una de las más importantes
en el siglo XV). Generalmente solemos asociar
los grandes acontecimientos históricos con magnas acciones políticas o
militares, pocos se atreverían a afirmar que el descubrimiento de un manuscrito
en un apartado monasterio podría ser un suceso histórico, y sin embargo lo es. Para Greenblatt, y en eso concuerdo con él,
el descubrimiento de Boggio Bracciolini representó uno de los antecedentes
primordiales para la llegada del Renacimiento.
El poema ayudó a que la cultura occidental diera un nuevo viraje y se enfocara,
de nueva cuenta, en la condición humana.
Con
la llegada de la imprenta, De rerum
natura se convirtió en una obra heterodoxa en un mundo que tendía hacía la
homogenización del saber. La primera edición se realizó en Brecia, al norte de
Italia, en 1473. Para 1600 se habían realizado cerca de 30 ediciones. Una de esas ediciones serviría de sólido
soporte a las reflexiones ensayísticas de Michael de Montaigne, quien sin duda
recitaba mentalmente a Lucrecio cuando escribió su famosa sentencia: “Deseo que
se trabaje y que se prolonguen los
oficios de la vida humana tanto como resulte posible, y deseo que la muerte me
encuentre plantando mis coles, pero sin temerla, y menos todavía me preocupa
dejar mi jardín imperfecto.”
En
el orbe hispánico, la presencia de esta obra fue vacilante, pues si bien es
cierto que autores de la talla de Quevedo
tradujeron algunos de sus versos, la primera versión castellana completa no se realizó sino hasta 1791. L a empresa la realizó
el abate José Marchena, sin embargo, la obra no se dio a la imprenta, sino hasta 1896,
cuando Marcelino Menéndez y Pelayo la
publicó como parte del segundo volumen de las obras completas del abate. Un año después se imprimió, ya separada del
resto de las obras de Marchena, en Madrid por la casa editora Hernando y Cía.
Alfonso Reyes conservó en su biblioteca un ejemplar de esta edición y lo
distinguió con su peculiar ex libris.
Lucrecio fue, para él, una importante variación del pensamiento armónico
grecolatino. La nota discordante que confirmaba la riqueza del conjunto.
¿Cómo
se podría leer ahora el poema, bajo la hegemonía del discurso científico y el
auge de las neurociencias? ¿Estaremos cerca de conocer todos los secretos de
esas partículas elementales, tal como ficcionalizaba Michel Houellebecq en su célebre novela? Sospecho
que la obra guarda aún infinidad de secretos.
Es una lástima que no tengamos más información
sobre la vida de Lucrecio. Desconocemos su carácter y el resto de su obra
literaria. El poema nos habla del universo, pero muy poco de su autor. Marcel
Schwob, en sus Vidas imaginarias, se tomó la tarea de
humanizar, a través de la ficción, la figura de Lucrecio. En sus páginas lo
hizo enamorarse de una exótica mujer africana. Schwob recrea así el final del poeta, y con
esta imagen me gustaría quedarme: “Entonces Lucrecio bebió el filtro. E
inmediatamente después su razón desapareció, y olvidó todas las palabras griegas
del rollo de papiro. Y por primera vez, al volverse loco, conoció el amor; y a
la noche, por haber sido envenenado, conoció la muerte.”