viernes, mayo 19, 2006

TRES PASOS PARA UNA PRESENTACIÓN


Paso uno. La escena se prepara, el interrogatorio se ha entregado a los poetas. El reto se establece. Pero tal vez me adelanto, y mejor regreso a los datos primigenios, los que prepararon e imaginaron esta escena inicial. La lectura del prólogo del libro A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente (compilación de Rogelio Guedea y Jair Cortés, México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2005) aclara dudas y establece el lineamiento del asunto a tratar. Los compiladores han establecido las reglas del juego, y éste se define en la invitación a una transformación: convertir a los poetas convocados en críticos, de sus propias obras y de la poesía mexicana contemporánea. Aclaro de una vez: esta provocación hace del libro un documento muy importante para la literatura mexicana actual, y sin duda celebramos su aparición. Sin embargo y como era de esperarse, no todos pudieron cumplir con el reto, lo cual no resta en nada los méritos de la publicación. La invitación de Cortés y Guedea era de suyo peligrosa porque requería de antemano el desarrollo de una dimensión crítica que, desde luego, no es inherente al acto de escribir poesía, aunque debería serlo. El peligro, no obstante, debe ser asumido en algún momento.
Si bien la prueba requería una visión iluminadora (no sólo explicar o describir la poética propia, sino reflexionar sobre la poesía mexicana actual), el resultado se queda a ratos en un primer intento. Hay una pregunta inicial que recorre todo el libro y escapa a la simple retórica del pragmatismo actual. ¿Sirve de algo la poesía hoy? Más que pregunta, inquisición. Los compiladores están al tanto del desafío que desencadenan. Tal cuestionamiento implica mucho más que un pretencioso afán individual de definición y aclaración. Significa la conjunción de dos manifestaciones supremas: poesía y reflexión. Estamos ante una encrucijada que va más allá del campo poético y se instala en la amplitud del espectro cultural. Antiquísima disputa desatada desde aquel lejano diálogo platónico donde Sócrates aprisionaba a Ión con su ataque a la “inútil y servil poesía”. Desde entonces la poética es o debería ser, entre otras cosas, la defensa de Ión y de la poesía ante el sempiterno pragmatismo de poder político, militar y económico.
Me permito citar a los compiladores: “ Del mismo modo que la poesía, la poética también inquiere finalmente sobre el misterio de la vida y la condición humana, sólo que bajo los cifrados de un discurso y un enfoque distintos.” (p. 8) Poética como reflexión: sí y no. Sí, porque indudablemente existe un conocimiento poético (que se expresa de muy diversas maneras y obliga una comunión heterodoxa con el lector. Es decir es un conocimiento que se completa en el encuentro). No, pues tanto la poesía como su tecné se encuentran inmersas en otras circunstancias, además de las propias. Hay registros variados, contextos, lugares de enunciación, cánones y márgenes (reales e imaginarios), crisis y un largo etcétera.
Quince poetas escriben a partir del cuestionario común, leen las preguntas, meditan y escriben. Se saben entonces parte de una comunidad mayor, a la cual no conocen en su totalidad sino como proyección de su propia vocación. Pero no juzguemos precipitadamente y veamos por encima de sus hombros: leamos sus apuntes para establecer un vínculo mayor. En el principio está el origen , y éste como todo esfuerzo por explicar el inicio de algo , es un ficción explicativa. Los poetas recuerdan y construyen el maravilloso relato de su iniciación poética; los caminos son infinitos, mas el descubrimiento es parecido: entre la música, los libros caseros, las tradiciones familiares, los juegos de la infancia, aparece de pronto el despertar de una conciencia. Súbitamente el creador, la creadora en ciernes reconocen el principio detonante: su encuentro con el lenguaje poético y sus posibilidades. El daño está hecho , nada será lo mismo a partir de entonces . Poco queda al azar. Comienza la búsqueda incesante de expresión .
Acto continuo, sigue el reconocimiento: la lectura iluminadora que descubre a la tradición selecta a la cual ellos y ellas se añaden para confirmar o disentir. Filiación y emancipación obligadas. Momento de decidir el sendero y aceptar las consecuencias, paso peligroso mas necesario para poder continuar la jornada, pues de no hacerlo se corre el riesgo de quedarse en el gusto y la vocación, es decir, en la ominosa categoría de aficionado.
Algunos más descubren la geografía de una poética particular. Empiezan a entender al mundo a través de esa particular visión estética. Caen en la cuenta de que su situación, a pesar de ser a su manera única, es compatible con otras formaciones análogas. Después viene el inevitable enfrentamiento con el campo literario. ¿A dónde ir, a qué lugar pertenecer o no pertenecer a ninguno? ¿Cómo inventar un espacio propio sin caer en la cuenta de que estamos descubriendo el Mediterráneo? Creo que este asunto se llena de humo y oscuridad y que de la lectura de A contraluz no sacamos mucho en claro, aunque tampoco esperaba que fuera de otro modo. El misterio permanece y se vuelve una intriga mayor. Debo decir, sin embargo, que hubo poetas que aceptaron el desafío e intentaron desenredar la maraña. Pero hubo otros de ego súper abultado que se quedaron en el regodeo impresionista de su propia obra, archirreconocida para ellos, desconocida e imprescindible para el resto. Y sólo encontramos allí datos precisos de publicaciones y registros impecables de elaboración.
Otros, en cambio, presentan una conciencia más despierta: saben que la poesía canta al mundo y lo contiene. “Los poemas pueden ser de uno – proclama Jorge Fernández Granados- , pero la poesía es de todos. Es ridículo que alguien se proclame a sí mismo poeta por el simple hecho de escribir versos. Ese título se lo tiene que dar la gente.” (p. 29) Entran en juego aquí dos pares de conceptos opuestos (dos conflictos) que a menudo provocan desconcierto e incomunicación: sociedad versus individuo; comunicación versus conocimiento.
Es cierto, hablar de la función de la poesía podría indicar la necesidad de colgarle algún epíteto incómodo y peligroso, como “comprometida” o “social”. Nada de eso, el poema es social y está comprometido en la medida en que sea consecuente con su propio universo de enunciación. Nadie ha hablado de un compromiso mayor que ese. Todo lo anterior en cuanto a la creación. Mucho habría todavía que añadir respecto al aprendizaje poético. Sí, aprendizaje, aun cuando haya algunos que celebren en la poesía el vertiginoso abismo del no saber. Nuevamente encontramos la cómoda creencia de la poesía única, del poeta vivo, que habita en un mundo diminuto y seguro (a pesar de su fragilidad). A ratos uno no puede evitar pensar si será necesario escuchar a los poetas, pues sinceramente con los poemas bastan.
La confesión se vuelve ( o debería volverse) revelación. Me apresuro a aclarar que no hablo de fórmulas: ningún poeta presenta una formación idéntica a otro. Pero si algo, las poéticas deberían ser no sólo la confesión sincera del creador, sino la manifestación más amplia de su capacidad lectora. El poema implica un parto individual; la poética el entendimiento de los múltiples significados de la literatura y sus posibilidades. Es la interpretación de un autor y no su “inspiración”, o no solamente. Y como interpretación también es infinitamente variable. No esperamos ya del poeta ninguna carta a los Pisones, ningún reglamento infalible que garantice la concreción poética. Pero sí deseamos encontrar una inteligente argumentación de sus intuiciones, de sus sensaciones y de sus prácticas con la escritura y el lenguaje. Sólo en la auténtica transmisión de tal experiencia, la poética (cualquiera que ésta sea) se nos mostrará en sus múltiples y enriquecedoras facetas.

Paso dos. Veamos ahora el otro gran asunto del cuestionario: la situación de la poesía mexicana actual. Tema interesantísimo por muchas razones, pero que a su vez exige algunas aclaraciones. La primera de corte geográfico: el gentilicio no indica (no debería hacerlo) una reducción temática o formal. Implica, al contrario, un punto en común. Es sin duda una herramienta más útil a la crítica y a la historia literarias. Sin embargo, su uso conlleva la impronta de la identidad (individual y colectiva) y del reconocimiento. Pues entre sus infinitas funciones, la poesía también cumple un papel ontológico: cuestiona al ser humano y denuncia su diversidad. Apela a la cultura, a la comunidad primigenia, la tribu inicial.
La poesía mexicana es así un espacio de confluencia y divergencia. Prioridad fundamental no sólo de la crítica sino de la cultura en general. Tal comunidad de obras y autores precisa un enfoque reflexivo y una perspectiva histórica. Seguramente esta necesidad tenga sin cuidado al poeta, pero para le lector es de fundamental importancia. Es la iluminación del fenómeno, sinfonía compleja que todavía espera un acercamiento crítico.
En este punto sí es notorio el desconocimiento mutuo. ¿Estamos o no ante una nueva poesía mexicana? ¿Cuáles son los vasos comunicantes entre las diversas regiones del país? ¿Tiene la misma difusión y recepción la poesía escrita fuera de la ciudad de México? Si existe una respuesta positiva a estos planteamientos, ésta tendría que manifestarse desde diversas perspectivas: historiográficas, críticas y teóricas. Falta en este debate la discusión sobre los lectores en la hora actual: ¿quiénes leen poesía hoy y por qué? ¿Se reconocen esos lectores (si los hay) en la poesía mexicana actual? Seguramente este punto escapa a las intenciones del libro, sin embargo la invitación a reflexionar sobre la poesía supone la discusión sobre sus lectores. Es un hecho evidente: éste no es un país lector, los índices de analfabetismo funcional son alarmantes, la mayoría de los gobernantes desprecian a las letras, el discurso empresarial impuesto en este sexenio rehuye y silencia cualquier tipo de discusión crítica. Estamos ante un desafío inmenso, y para salvarlo no es suficiente la vocación de los poetas. Se necesita una labor conjunta, que competa a todo el campo literario (editores, instituciones, academia, críticos, lectores, etc.).

Paso tres. Porque si los poetas convocados no pudieron o no quisieron hablar sobre la poesía mexicana, sí establecieron un patrón de iniciación, del que, al menos , podemos sacar en claro algunos puntos (la conclusión estará, pues, en los lectores): primeramente, que la actividad poética surge de un estímulo individual (chispa detonante), pero adquiere consistencia en el trato con los libros y las demás cosas del mundo doméstico (incluyo aquí a las personas y sus manías). Sigue el choque con la realidad, con una sociedad que frecuentemente da la espalda a las vocaciones artísticas. Es evidente, en este aspecto, la pérdida del espacio público. El poeta desterrado del ágora. La poesía ocupa ahora un lugar muy apartado en la formación educativa y sentimental. Lejos están los días en que la recitación representaba una virtud prestigiosa y era considerada la prenda más valiosa de la instrucción literaria.
Ante tal desolación, vemos las referencias comunes: la autoformación y el acercamiento a las poéticas fundaciones de la modernidad literaria: Pound, Eliot, Paz, Reyes. Además de la asimilación de la vanguardia heterodoxa de los Contemporáneos y de la estética lopezvelardiana. Pero igualmente influyen la cultura pop y la noción de juego o hobby. Y también comprobamos los defectos compartidos: poetas que no reconocen a otros poetas, o llanamente los desprecian. Poco o nada que hacer ante la hegemonía de lo visual, salvo seguir trabajando la palabra. Sí, como podíamos imaginar, existe un optimismo compartido en la persistencia de la función vital de la poesía. Sea en su soporte actual o en otros por venir o por inventar.
Me hubiera gustado descubrir más lugares de encuentro. Descubro mayormente fobias compartidas. Las señalo brevemente: el temor a perder la autonomía poética y sucumbir ante la vida más o menos cómoda del funcionario público, del burócrata de la cultura y las artes, como si las dos actividades fueran por ley incompatibles; la resignada dependencia a las instituciones culturales (sin embargo y salvo la excepciones de las arriesgadas empresas independientes, ¿quién más se atrevería a publicar poesía en los tiempos que corren?). Pienso que los dos peligros pueden ser superados en la medida en que la poesía recupere el espacio público y gane lectores, pues serán éstos los que impidan la formación y la hegemonía de las mafias culturales, criticarán al burócrata corrupto y demandarán una difusión cultural más amplia.
Termino este último paso señalando la importancia de un texto como A contraluz y no dudo en considerarlo como de los primeros y más firmes esfuerzos por cambiar y ampliar el campo poético mexicano. Sin duda las empresas que sigan habrán de partir de lo hecho aquí, pues el interrogatorio dispuesto en A contraluz no ha terminado.

viernes, mayo 05, 2006

SERGIO PITOL O EL ANÓNIMO ESPECTADOR

Me causa extrañeza, lo admito, mirar la fotografía donde Sergio Pitol recibe el Premio Cervantes de manos del rey de España. La foto no deja de ser algo irónica y hasta cierto punto podría representar el final alternativo y extemporáneo de El tañido de una flauta (la primera novela de Pitol). En tal desenlace Carlos Ibarra, el escritor marginado que se niega a terminar su novela y hace una poética de la derrota, no desaparecería en un pueblo de Yugoslavia o del Japón (según la película El tañido de una flauta de ficticio director nipón Hayashi, que hace una doble ficción dentro de la novela), sino resultaría consagrado como un autor canónico. Sugiero lo anterior porque Pitol fue el escritor atípico, el lado b del boom, el gran lector de la literatura centroeuropea cuando buena parte del resto de sus pares se dedicaba a explotar las bondades de la etiqueta llamada realismo mágico. Su obra se difundía secretamente, de mano a mano, de lector a lector. Y uno no podía sino imaginar a este mexicano (desterrado de las letras nacionalistas) deambulando por las calles de Belgrado, Varsovia o Praga, con un manuscrito bajo el brazo (tal vez uno de los infinitos borradores de su segunda novela: Juegos florales). Era el anónimo espectador asistiendo al Teatro de Nostic (hoy Teatro de los Estamentos) de Praga para ver la representación de Don Giovanni e imaginarse en ese mismo lugar pero el 29 de octubre de 1787, cuando Mozart la estrenó y vivió el más alto éxito de su carrera. El traductor de oficio que compensaba las tediosas horas de burocracia diplomática con la pausada lectura de Gombrowicz. Y finalmente Pitol era el agradable vecino de la pluviosa Xalapa, el escritor pródigo que no negaba ningún saludo y prestaba libros a desconocidos.
Con esas imágenes dándome vueltas en la cabeza, la extrañeza empieza a mudarse en alegría. Me da gusto el reconocimiento oficial a la obra de Pitol, aunque sé que esto no cambiará mucho la recepción de su obra. De ser un escritor de culto, pasará a ser un nombre conocido, cuya escritura se desconoce. Ya no lo abordarán en las plazas lectores, sino funcionarios públicos y reporteros. Pero sé que Pitol sabrá librarse y hará ficción y broma de su nueva condición de celebridad. Seguramente pronto leeremos una relato magistral, ambientado en el paraninfo de la Universidad de Alcalá. Allí nos enteraremos de la vida de un lector rebelde (anónimo espectador del mundo y sus posibilidades), de un escritor latinoamericano que un día descubrió que la patria es la vocación y los límites, los alcances de su propia escritura.