jueves, abril 27, 2006

LITERATURA Y PREMIOS
Me entero ahora de un asunto complicado: la reanudación de la cíclica polémica en torno a los premios literarios. En esta ocasión se trata del Premio Nacional de Literatura, que otorga el gobierno de Chile. Esto me da pie para reflexionar, de manera general o, podríamos añadir, regional, sobre el fenómeno. Supongo que en otras latitudes acontecerá algo similar, aunque no lo podría afirmar; pero en América Latina hablar de esta clase de condecoraciones implica necesariamente una revisión sobre las políticas culturales, o mejor, una confrontación con ellas. Estamos ante la difícil convergencia: la creación riesgosa de un punto que se supone de encuentro entre los gobernantes y los campos artísticos. Las instancias oficiales van a reconocer una trayectoria literaria. ¿Reconocer o institucionalizar?¿Distinción a una valiosa producción literaria o a una ideología o vínculo político? ¿Premio o favor devuelto? Los límites se borran peligrosamente aquí y se hace preciso deslindar. Creo que la palabra clave en este problema sería "representación" y lo que ella implica: discusión, democracia y responsabilidad. Hablo de representación porque cualquier premio oficial de literatura debería ser la consecuencia de una discusión al interior del campo literario, esto es, el espacio -real o ficcional- donde convergen autores, lectores, críticos, prensa, academia, editoriales, historia literaria y políticas culturales. No nos engañemos: otorgar el galardón a un cómplice de campaña, al simpatizante (a pesar de sus dotes) o al autor o autora con más ventas en el mercado no favorece a nadie, menos al ganador. Preferible quedar al margen (todos conocemos la tradición de grandes escritores latinoamericanos que nunca obtuvieron en su momento ningún tipo de reconocimiento). Tampoco creo que el ganador o ganadora deba serlo por unanimidad: jamás podremos ponernos de acuerdo en materia de asuntos artísticos donde prevalece o debería prevalecer la discusión y confrontación de juicios críticos y estéticos. Los candidatos y candidatas deberían ser confrontados con su propia producción y con el ámbito literario. Sé que esto suena obvio y por ello doy un ejemplo reciente: el año pasado se otorgó, en México, el Premio Nacional a Carlos Monsiváis. Hasta antes de esto, nadie reparaba en el galardón. Era un asunto oficial. Pero ahora era distinto: las instancias oficiales de uno de los peores gobiernos en materia cultural reconocían y, a la vez, pretendían institucionalizar al principal crítico del sistema. La especulación creció: ¿aceptaría Monsiváis? Lo hizo y en la premiación, ante el Presidente, ofreció uno de los discursos más críticos y memorables sobre las políticas culturales recientes. Con ello, premio y premiado salieron avantes. Sólo con una representación auténtica se podrá evitar la institucionalización del posible ganador, quien podrá seguir luchando limpiamente en el campo de su competencia: la literatura.

viernes, abril 14, 2006

PRESENCIAS Y AUSENCIAS SARTREANAS
En uno de tantos encuentros literarios que se realizan a lo largo y ancho de nuestros países se propuso un homenaje a Jean Paul Sartre; la causa: el primer centenario de su nacimiento. Debo añadir un dato: el encuentro convocaba casi en exclusividad a escritores. Todo indicaba una anodina reunión de egos exaltados, pero aquello cambió rápida y drásticamente. Nada más terminar la conferencia inaugural (una revisión apologética de la obra del filósofo y escritor francés), la polémica se desató. Un pequeño y ególatra autor soltó, desde la tribuna, un surtido de improperios contra Sartre: por qué, gritaba, vamos a ocuparnos en nuestros días de un escritor pasado de moda, de un estafador olvidado por el tiempo. No vale la pena invocar aquí –nos sentenció- la presencia del más ausente de los pensadores occidentales del siglo XX. A su queja se unió la “desgarradora” denuncia de una escritora francesa avecindada en nuestras tierras: ¡él engañó a mi generación! ¡Fue un perverso que nos robó las ilusiones de la juventud! ¡Proclamaba el amor y la libertad y era en lo privado un tirano y un infiel! La prensa local por su parte había criticado previamente la organización del encuentro, específicamente la selección de Sartre como tema o como pretexto. Yo, desde las gradas, me preguntaba asombrado cómo puede un escritor levantar tanto odio y tanto rechazo. Sobretodo porque confrontaba la polémica actual con mi propia experiencia: yo había leído con gusto a Sartre durante mis años universitarios y no había encontrado sino a un autor interesante, una mezcla original de filósofo y novelista. Aclaro que siempre lo consideré y lo leí desde su condición de autor literario e intelectual capaz de interpretar los signos de su tiempo y manifestarse, pero hasta allí. Luego caí en la cuenta: los reclamos colectivos provenían de una generación específica, aquella que lo había leído de forma directa y pasional, sin mediación crítica. Los reclamos que se escuchaban ese día en el encuentro se dirigían a ellos mismos: Sartre resultaba el pretexto. Era la lamentación de un etapa de “ingenuidad”, de una creencia ciega en el poder de la reflexión y la crítica. Pero también era la resignación y la aceptación, también ingenua y también ciega, de una parca realidad unidimensional: la época de la globalización. Y sin embargo Sartre se merece una revisión. No porque sus profecías sobre el comunismo fueran falsas, sino porque sus denuncias de los excesos del capitalismos resultaron verdaderas. Desentendámonos de nuestros mayores y leamos a Sartre desde la coyuntura actual, discutamos con él. Dejemos, en una palabra, que nos crean ingenuos y pasados de moda. Es nuestro derecho.